Capítulo 4

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El Mustang se detuvo en seco, ambos nos precipitamos al frente y tuve que cubrirme el rostro con los antebrazos cuando mi cabeza estuvo a punto de impactar contra el tablero. Cuando todo aquel sismo de metal y plástico vibrante cesó, pude mirar a mi derecha y vi a la conductora abrazarse al volante  mientras...

El impacto resultó menos doloroso de lo que había imaginado que sería en un principio  y aún sintiendo la cabeza como un saco de boxeo al que le han dado un fuerte gancho de izquierda, me froté las sienes y cuando volví a verla; entonces me di cuenta de que lloraba, como una niña muy pequeña abrazada al volante.

Un vistazo rápido al frente me reveló que nos habíamos detenido en medio de la acera justo en frente de una de aquellas viejísimas farolas apagadas. Ignoraba si habíamos dado con ella y nos habíamos detenido al ésta soportar la embestida del Ford; ignoraba si la conductora había pisado a fondo el freno y cuando estuve a punto de inclinarme hacia ella con una mano que buscaba apoyar en su espalda sin tener idea de qué hacer, escuché que alguien gritaba mi nombre.

Por un momento me quedé con la mirada en blanco reflejada en el espejo retrovisor. Por éste, había visto acercarse a una figura calva con playera de tirantes; su acento latino, cantarín y rasposo antes de volver a mencionar mi nombre. Cuando intenté buscarlo por el espejo retrovisor de mi lado y pude verme a mi mismo a los ojos, no me sorprendió encontrarme con un rictus rabioso.

La chica a mi lado sollozó y después de limpiarse una mejilla mientras aún seguía apoyada sobre el volante se enderezó en el asiento y me miró. No vi nada de aquella expresión de suficiencia que había mostrado en casa de su padre, en su rostro aprecié más bien súplica y el temor de quien experimenta una situación de riesgo por primera vez.

Rápidamente me incliné hacia ella y le toqué el hombro.

—No digas nada no importa lo que pase —dije, con los dientes apretados.

Quise jurarle que todo estaría bien, pero con ellos nunca se sabia y rodeando una vieja cicatriz en mi antebrazo (gesto que a ella no le pasó inadvertido), observé por el espejo retrovisor como un bate de béisbol saltaba de dueño en dueño mientras ahora en manos de Playera Blanca Con Tirantes, el arma de madera se agitaba al ras del suelo a medida que este se acercaba por mi lado.

—¿Quién...?

La vi empezar a formular una pregunta pero me llevé un dedo a los labios y guardó silencio.

Su rostro fue una mueca de disgusto, pero hizo acopio de fuerzas para asentir antes de mirar hacia atrás con resignación.

—No digas nada —repetí, y entonces.

—Darren, Darren, Darren.

Suspiré al cielo cerrando los ojos con fuerza.

—¿Cómo te va?.

El hombre calvo hizo la pregunta apoyado con el brazo libre en la puerta. No pude evitar tensarme en el asiento. Un nuevo tatuaje surcaba aquel brazo moreno y recorrí con la mirada las cadenas negras pintadas sobre la piel, eslabones que relucían brillantes por el sudor, como un mapa de carretera dibujado sobre un terreno accidentado de venas saltantes y músculos tensos.

Seguí las líneas del tatuaje por su brazo y hombro hasta que mis ojos se encontraron con los suyos: dos finas rendijas que me estudiaban con detenimiento sin moverse o pestañear. Sentía la respiración pesada y las pulsaciones en una cabeza agitada segundos antes contra el tablero; luego el contacto visual se rompió y el hombre apoyado en la ventanilla reparó en la chica en el asiento del conductor.

—¿Es tu novia?

El tono fue amigable y eso me encrespó. Hubiera sido mejor detectar ira o asco pero no hubo nada de eso. Sonaba tranquilo casi determinado, al escucharlo hablarme así; era como si por el espejo retrovisor pudiera ver a dos de sus matones rociándonos gasolina en el interior del descapotable mientras el hombre frente a mi sostenía la cerilla.

Dominando al Fuck BoyWhere stories live. Discover now