Capítulo 7

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-Todo acaba en nada...

-Vaya. No sabia que eras poetiza.

-Y yo que tú pudieras hablar. Ven; te haré un espacio siéntate conmigo.

Ya no recordaba cuándo tuvimos aquella conversación. Me parecía tan lejana, ajena..., como de otro universo; y su dueña, una total desconocida.

«Todo acaba en nada».

Sus palabras se quedaron conmigo sin que pudiera desecharlas, eran un virus; un gusano auditivo, una cucaracha que se infiltró en mi cerebro repartiendo sus huevos en cada rincón, invadiéndome lentamente.

El sueño, el letargo, eran defensas que ya no me servían. Su pensamiento me atormentaba y estaba ahí incluso al despertar con la conciencia despejada entre las sábanas aún enredadas en mi cuerpo.

Su voz era un murmullo en la noche, una noche fría y plateada como el metal de una navaja y su risa; una tortura.

«Todo acaba en nada».

Sus palabras estaban cargadas de una verdad que me asustaba, que me llenaba de miedo y me paralizaba. ¿Qué pasa si no hay nadie? ¿Y si vives tu vida y nadie estará ahí para ser tu compañero de viaje? El incierto futuro que nos preocupa y todavía más cuando nos encontramos en plena juventud.

Empezamos a afrontar el mundo con una maleta llena de sueños, correteando de aquí para allá mientras buscamos un sendero seguro que nos prometa un futuro mejor. Subiendo, saltando; corriendo, escalando, bajando... Mientras nuestra maleta sufre los golpes del duro viaje, cayéndose, abriéndose; abollándose y los sueños se nos escapan pero en medio de tantos peatones..., muchos se pierden entre los pasos de los demás y no podemos recogerlos a todos a tiempo. Muchos se dañan, se transforman, unos pocos se quedan intactos o a veces incompletos dentro de nuestra maleta, y nos vemos obligados a seguir adelante, porque mirar atrás es detenerse, y al detenernos la vida nos pasa por encima.

«Todo acaba en nada».

La casa en la que creciste ya no vuelve a ser la misma, las paredes, los largos pasillos, el suelo..., todo se siente diferente. El silencio sustituye a la risa, la melancolía a la felicidad, el techo se aprecia más bajo, los pasillos más estrechos; ahora te limitan cuando antes no lo hacían.

¿Los recuerdos? Parecen escenas de otra vida, memorias insertadas en la mente, inconclusas y aleatorias. La mayoría solo son momentos únicos y se rigen por el mismo patrón, las emociones; sólo recordamos la felicidad, el miedo; el dolor, la ira. No hay momentos en blanco, todas son escenas que conforman el emocionante trailer de nuestras vidas.

Los momentos de calma el cerebro los rechaza por que no está pasando nada, no hay un aprendizaje, una enseñanza o una idea que debamos recordar a futuro. Pero el caso es que la mayor parte de nuestras vidas la vivimos en esa calma, en esa zona de confort donde no hacemos nada; esto se traduce en que todo lo que yo podría recordar sobre mi vida, solo son segmentos que al ser juntados no conformarían una película de dos horas completas.

Y de nuevo... «Todo acaba en nada».

La misma luz cálida y eléctrica seguía iluminando esa misma franja del pasillo.

Recordaba cómo gateaba, caminaba o corría hacia ella en medio de la noche sin detenerme. Pero aquella noche solo sentía miedo. El pasillo ahora se me hacía corto cuando antes me parecía tan lejano, cuando huía de una pesadilla y necesitaba llorar y pedir afecto. En cambio ahora me avergonzaba sentirme débil, humana, mientras mi pesadilla era saber que todo acaba en nada.

-¿Chloe?

Era la voz de mi padre haciendo eco, deteniéndome en el acto, paralizada e indecisa.

La puerta de su oficina aún seguía abierta como la carta de una invitación a la que no sabia si asistir.

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⏰ Last updated: Feb 27 ⏰

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