CAPÍTULO 7

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La sensación de aguardar por algo que termina siendo radicalmente distinto a lo esperado es indescriptible. En ese momento, la mente se paraliza, los pensamientos se desvanecen, dejando tras de sí un vacío absoluto.

Los próximos jinetes.

La manera en que nos reveló esa información nos dejó sin aliento. Aunque ya no temíamos morir a manos de aquellos demonios, la posibilidad de enfrentarse a criaturas colosales aún acechaba en nuestras mentes.

El tiempo parecía haberse congelado; aún estábamos tendidos en la cubierta, paralizados por el terror. Yo estaba completamente petrificada. Había creído que mi vida cambiaría al embarcarme en este viaje, pero en realidad, todo cambió aquel día en la biblioteca, cuando vi aquella esfera de luz azul flotando sobre el libro. Ese momento fue el verdadero punto de inflexión, el instante preciso en que el curso de mi existencia se desvió hacia este maldito destino.

—Poneros en pie, el espectáculo aún no ha acabado y no os recomiendo que sigáis lamiendo el suelo del barco.

La voz imponente del emperador de Pramvera cortó a través del aire, sacándome de un estado de shock en el que mi mente parecía haber quedado suspendida en el limbo. Había terminado en el regazo de Nolan, quien me sujetaba con firmeza, protegiéndome con su cuerpo. Liral, en algún momento del caos, se había acercado también, quedándose a pocos centímetro. Impulsados por su mandato, sin dudar ni un segundo, nos pusimos de pie, tambaleándonos, aún aturdidos por los recientes eventos.

Por encima de nuestras cabezas, en la estatua de piedra que dominaba la escena, yacía el dragón, mirándonos fijamente.

—¡Joder, yo a una cosa de esas no me subo!— gritó Calen, mirando al dragón con los ojos abiertos. Aterrado.

—Cállate, Calen— le suplicó Adriel, tirándole suavemente del brazo. Era evidente que no era el momento de dejarse llevar por la paranoia; la situación se estaba tornando demasiado seria.

—No, esto no puede estar sucediendo. Ninguno de nosotros va a convertirse en domador o jinete de semejante criatura.— Nolan avanzó, colocándose delante de mí, como intentando resguardarme. —Por favor, haznos volver a casa.— rogó mi hermano.

Su voz impregnada de una desesperación que me desgarró el alma. Era evidente que sus ruegos eran inútiles.

No íbamos a volver.

—Te voy a decir dos cosas.— articuló el emperador, avanzando hacia Nolan hasta quedar a apenas unos centímetros de distancia entre ellos. Su voz, impregnada de una firmeza y una certeza absolutas, se abría paso a través del silencio con la precisión de un filo bien afilado. —Lo primero es que tú no vas a montarte en mi dragón.— Hizo una pausa, el aire se tensó entre ellos. —Y lo segundo, es que después de que te montes en alguna de esas criaturas. No vas a querer volver a casa nunca más.

—¿Por qué elegir a mortales como jinetes? ¿Acaso no sois suficientes? ¿Por qué nosotros?

Mis palabras brotaron con una fuerza sorprendente, cargadas de confusión y ira. Él giró su cabeza hacia mí, y de repente, toda su imponente atención se centró en mi persona. Sostuve la mirada del emperador, mi expresión fija y desafiante, plenamente consciente del peligro que implicaba mi osadía.

¿Y por qué no? —ronroneó en mi mente.
En ese momento, suspendido en una quietud que parecía desafiar el mismo tiempo, el Emperador Dalton Basilius alzó su mano hacia el cielo.
Con un gesto lleno de un poder, trazó un semicírculo en el aire. Ante nosotros, el paisaje comenzó a transformarse de una manera que desafiaba todo entendimiento, desplegándose como una visión sacada de un sueño, revelando ante nosotros un mundo que parecía totalmente oculto por la magia.

Imperio de Fuego AzulWhere stories live. Discover now