CAPÍTULO 9

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Nos encontrábamos en la entrada del palacio, que parecía desafiar la propia altura del cielo.

Desde este punto, cascadas majestuosas caían desde alturas vertiginosas, esparciendo un delicado velo de agua sobre los exuberantes jardines que nos rodeaban.
Dos guardias imponentes flanqueaban la entrada, sus miradas fijas en el horizonte, impasibles ante nuestra presencia.
Al adentrarnos en el palacio, nos recibió una vista aún más asombrosa: suelos y paredes bañados en un blanco mármol. Lámparas de oro colgaban majestuosamente del techo, esparciendo una luz cálida que envolvía cada rincón, haciendo que el espacio brillara con una luz propia. Nuestros pasos resonaban en el mármol, marcando nuestro avance con un sonido que se perdía en la vastedad del palacio.

—No me puedo creer que vayamos a vivir aquí.— Adriel expresó su asombro, girando sobre sí mismo para captar cada detalle.

—Continuemos— instó el comandante, guiándonos a través del palacio.

Nuestros uniformes de cuero negro contrastaban vivamente con el resplandor del entorno, destacando entre el blanco inmaculado que nos envolvía.
Siguiendo al comandante a corta distancia, apenas nos separábamos más de un metro unos de otros mientras avanzábamos. No podía evitar que mi vista se perdiera entre las detalladas paredes del pasillo por el que nos guiaba.

En casa, teníamos una granja decente y nuestra vivienda sobresalía en comparación con el resto en el pueblo, pero esto... esto estaba en otro nivel completamente.
El pasillo por el que nos desplazábamos estaba sumido en el silencio, como si el palacio en su totalidad yaciera en un profundo sueño.
Mi curiosidad crecía por momentos, especialmente sobre la biblioteca del palacio. Suponía que, como en toda residencia real, debía existir una y, sin duda, sería impresionante.

—Vuestras habitaciones se distribuyen en dos niveles. Aquí residiréis durante vuestra formación— explicó el comandante.

Lo llamaban formación, un eufemismo para describir el acto de arrancarnos de nuestras familias sin nuestro consentimiento, una preparación para convertirnos en jinetes de enormes criaturas.

Irónico.

—A los hombres se les asignarán tres mayordomos, y a las mujeres, tres doncellas. Cada uno contará con su propio servicio.— continuó.

La idea de tener personal a mi servicio me resultaba extraña; siempre había asociado esa comodidad con la nobleza y el estatus elevado. Ahora, al parecer, formaría parte de nuestra nueva realidad.
Observé a Elandra, su cabello rojizo destacando aún más en este entorno de luz y mármol. A pesar de todo, parecía hallar cierta paz en este lugar que, por ahora, no señalaba nuestro final.

—Hoy recibiréis vuestras comidas directamente en vuestras habitaciones. Este sector del palacio es exclusivamente vuestro. En la planta baja hallaréis un comedor privado— nos indicó el comandante mientras continuábamos el recorrido. —Vuestros sirvientes os guiarán y mostrarán dónde se encuentra cada cosa. Además, disponéis de salones de descanso y entrenamiento.— señaló hacia dos puertas cerradas. Al llegar a las escaleras, nos detuvimos. —Este es el primer piso, donde se ubican las habitaciones masculinas. Vosotras os alojaréis en el piso superior.—Nolan y yo intercambiamos miradas.—Elegid cualquier habitación.— dijo a los chicos antes de dirigirnos a nosotras hacia arriba la planta de arriba.

Con una sonrisa de complicidad hacia Nolan, nos separamos.

Subimos las escaleras de mármol, cuya frialdad se transmitía a través de mi mano mientras la deslizaba por la barandilla. Liral, Elandra y yo ascendíamos en silencio.

Imperio de Fuego AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora