Capítulo 2 - Una habitación para dos

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No solía dormir profundamente. Más bien era de los que se despertaban varias veces durante la noche a beber agua o a ir al baño, tenía el sueño ligero. Pero aquella noche durmió de un tirón. Las casi seis horas de viaje en bus desde Getxo habían sido agotadoras.  Después de casi 12 horas de sueño, aún le dolía el cuello.

Martin se giró sobre su costado, poniendo las manos bajo la almohada, mientras un olor desconocido le inundaba las fosas nasales. Podía adivinar que se trataba de perfume masculino, pero le resultó extraño que todo un verano después, la habitación continuara oliendo. Después de todo, el chico con el que Álvaro y Rus compartieron piso mientras él estaba en Toulouse se había marchado en junio, según le contó la pelirroja.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el crujido del colchón. Martin pegó un bote al sentir cómo alguien pasaba un brazo por encima de su cuerpo. De hecho, aún con los ojos pegados del sueño, se arrastró por el colchón con toda la rapidez que le permitieron sus adormiladas piernas. El corazón le galopaba en el pecho mientras se alejaba a gatas de la cama de matrimonio en la que un total desconocido dormía plácidamente en ropa interior. El frenético ritmo cardíaco provocó que le costara respirar, necesitaba salir de la habitación, pero no podía dar un paso más.

¿Quién era ese tío y por qué estaba durmiendo en su cama?

Acurrucado en una esquina del cuarto cercana a la puerta, Martin observó la habitación mientras trataba de tranquilizarse. La noche anterior no se permitió verlo, pero con la luz que entraba por las rendijas de la persiana era capaz de observar que aquel ya no era su cuarto.

Las estanterías vacías que él dejó estaban repletas de decoraciones y marcos con fotos de chicos que rondarían su edad. En la pared había una pizarra de corcho en la que había colgadas algunas fotos más, recortes de folios con frases con dudosa caligrafía, una medalla con lo que suponía que era una virgen y un pañuelo de cuadros rojos. Las sábanas eran oscuras y el escritorio estaba lleno de material escolar, pero perfectamente ordenado. Cuando miró detrás de él mismo vio un póster en el que se podía apreciar el mismo rostro del chico que dormía a pocos metros de él sobre el letrero "Juanjo Bona Ganador de JoTalent".

"No me jodas que este tío es... ¡no no no! ¡No es posible! ¿Juanjo sigue aquí? ¿Cómo?"

Martin recuperó las fuerzas suficientes para seguir gateando hasta la puerta y salir del cuarto sin hacer a penas ruido. La casa estaba sumida en el más absoluto silencio, solamente empañado por el bullicio de las calles de Madrid un jueves por la mañana. Martin tomó dos bocanadas de aire detrás de la puerta de su cuarto, pensando qué era lo que debía hacer a continuación.

Vale que llevaba algún tiempo sin hablar con Álvaro, no más de un mes, dos a lo sumo. ¡Pero le había escrito para recordarle que volvía! Martin recordaba cada una de las palabras, hasta recordaba haber escrito el mensaje en la cocina de casa de su madre mientras María le contaba una historia graciosa sobre la noche anterior. ¡Lo recordaba! ¿Álvaro se había olvidado de decirle a Juanjo que tenía que buscarse otro piso? Porque, por la decoración de la habitación, no parecía que la estancia del chaval fuera provisional.

Martin sacudió la cabeza con fuerza, tratando de contener toda la rabia que tenía encima. ¿Cómo le podía estar pasando esto a él?

–¡Álvaro Gutiérrez Mayo!–bramó el vasco, abriendo la puerta del cuarto del susodicho, que descansaba boca abajo sobre el colchón con uno de sus peores outfits de fiesta a medio quitar–¡Álvaro me da igual que estés de resaca! ¡Despierta!–Martin zarandeó suavemente al sevillano mientras le pedía que se despertara.

–Juanjo... que me dejes, que luego... friego–respondió Álvaro, con un  hilo de voz ronca y sin separar los párpados.

–Álvaro que me hagas caso, que soy Martin. ¡Despierta!–lo zarandeó un poco más, consiguiendo que el sevillano abriera los ojos como un recién nacido. Martin podía ver lo difícil que se le estaba haciendo enfocar la mirada. Tenía restos de máscara de pestañas bajo los ojos y el eyeliner rojo deshecho a parches. Le daba penita estar gritándole, parecía un perrito abandonado, con todo el pelo revuelto. Martin retuvo una arcada cuando el olor a alcohol de su aliento le llenó las fosas nasales.–¿Todavía estás borracho, eh?

¿Quién es ese Juanjo? Where stories live. Discover now