(Iɴ)ᴄᴏʀʀᴇᴄᴛᴏ | ᴇⁿᶻᵒ ˣ ᴍᵃᵗⁱ́ᵃˢ

ᴏᴄʜᴏ

La silueta sobre la cama pareció dejar de respirar, poniéndose rígida ante el sonido de su voz.

Enzo frunció el ceño. El chico le tenía miedo. Aunque no era ni inesperado ni completamente indeseado, solo complicaría las cosas. No podía dejar que Matías le temiera demasiado. Esta vez necesitaría... un acercamiento más amable para alcanzar lo que se había propuesto luego de ver la reacción de Matías a su castigo. La forma en que el muchacho se había aferrado a él, buscando su consuelo y confiando en él lo suficiente como para rendirse agotado al sueño en presencia de Enzo... había abierto nuevas posibilidades.

Ciertamente, había formas mucho más simples, rápidas y menos retorcidas de hacer pagar a Guillermo Recalt, pero esta podría aplastar a Recalt si lo hacía bien. Si Enzo pudiera condicionar al único hijo de Recalt, volver al muchacho completamente dependiente de él, entonces tendría las llaves a lo que más atesoraba Recalt: las Industrias Recalt, su orgullo y felicidad. Enzo no estaba demasiado preocupado porque Recalt no confiara en su hijo. Si el chico no tenía idea sobre los negocios, mejor todavía.

Alto ahí vaquero, se dijo Enzo. Como decía el dicho, no debía colocar el carro delante del caballo. Primero tenía que ganarse el afecto de Matías para que el plan funcionara.

Eso no iba a ser fácil, incluso considerando las inclinaciones sumisas de Matías. La verdad era, que Enzo tenía dudas sobre el plan. No le gustaba lo que no podía controlar.

Y no pudo controlar sus propias reacciones esa mañana. Cuando se había encontrado con los brazos colmados de un muchacho necesitado y tembloroso, consolarlo no había sido una decisión consciente. Fue todo instinto. La sumisión de Matías había jodido su cabeza, haciéndolo reaccionar instintivamente... como reaccionaría cualquier buen Dom¹ ante las necesidades físicas y emocionales de un sub² luego de una escena³. El problema fue que el castigo que le había dado a Matías nunca debió significar otra cosa que un simple castigo. El necesitado lenguaje corporal del chico después de ello, no debería haber desencadenado sus instintos.

Pero lo hizo.

Enzo no era ajeno a los juegos de dominación. Obtenía cierto placer en los juegos de poder del día a día; a veces, si el humor era el adecuado, su cuerpo picaba por ello también. La mayor parte de la gente lo consideraba un hombre cruel, y no estaban equivocados. Pero no era un amante cruel, nunca lo fue.

Por supuesto, no era un amante gentil tampoco. Le gustaba rudo, le gustaba el subidón de poder que sentía cuando reducía a alguien en un cuerpo dócil, en un desastre sumiso, pero cuidaba muy bien de sus compañeros sexuales. La gratificación sexual no era siempre el objetivo cuando estaba de humor para jugar, pero normalmente la sumisión genuina de una mujer atractiva lo hacía querer follarla. Enzo nunca consideró que un hombre pudiera afectarlo del mismo modo, y aun así este jovencito con sus labios obscenamente bonitos y su sumisión natural lo hacía, y Enzo se encontró deseando hacerle cosas perversas por horas antes de enterrarse en él.

No lo había hecho, por supuesto. Él tiene autocontrol. Pero ahora estaba siendo puesto a prueba de nuevo.

Matías apenas respiraba aún. Los ojos de Enzo bajaron de la mata de cabello castaño hacia el tenso cuello del muchacho, bajando por su espalda vestida con la propia camiseta de Enzo, al respingón culito perfecto y sus esculturales y largas piernas.

Apretando los dientes, Enzo apartó la mirada y rodeó la cama.

Los ojos del chico estaban muy abiertos, sus rosados labios de cereza ligeramente entreabiertos. Matías los lamió.

—¿Por qué estás aquí? —dijo, jalando finalmente el borde de la camiseta de Enzo.

La mirada de Enzo siguió el movimiento. Se sentó en la cama, a meras pulgadas de la cabeza de Matías. El muchacho se tensó visiblemente, mirándolo con cautela. Con la luz amarilla de la lámpara, su pelo parecía un halo dorado.