ᴅɪᴇᴄɪsᴇ́ɪs

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El lago Geneva era hermoso... al menos la parte que Matías podía ver desde la ventana de su cuarto.

Bien, técnicamente era el cuarto de Enzo, pero como él solía ausentarse la mayor parte del día, regresando tarde por la noche, Matías había llegado a pensar en el dormitorio como suyo.

Observó con nostalgia las hermosas montañas a la distancia. No estaba seguro de por qué Enzo lo trajo a Suiza. Pasaba solo todo el día.

Tenía que escapar. Tenía que hacerlo.

Porque estaba asustado. Asustado de lo que le estaba pasando. Aterrado porque con cada semana que pasaba, era más y más difícil entender lo que sentía en torno a Enzo. Asustado de despertar una mañana habiendo olvidado que tenía una vida a la que regresar en casa. Una vida a la que deseaba regresar.

Estaba asustado de perderse a sí mismo. Asustado de que fuera demasiado tarde.

Ya había signos de ello.

Vestía la ropa de Enzo todo el tiempo, y le gustaba. Tenía rozaduras de barba semipermanentes en su cara y muslos por los besos de Enzo, y lo adoraba. Su cuerpo estaba cubierto de mordeduras de amor y arañazos y diversos moretones que no podía dejar de mirar con fascinación. Enzo lo follaba tan a menudo y tan a fondo que Matías apenas necesitaba alguna preparación últimamente. Era aterrador cuan perfectamente compatibles eran en la cama. Matías siempre había amado el sexo, pero el sexo nunca se había sentido así: tan adictivo, tan necesario. Nunca había sentido como si las manos de un hombre correspondieran estar jodidamente sobre su cuerpo.

Lo horrorizaba. No se suponía que se sintiera así, no con este hombre.

Un sonido en la puerta lo hizo estremecerse, arrancándolo de sus pensamientos.

Con su corazón acelerándose, Matías se giró cuando la puerta se abriá.

Pero no era Enzo.

Era una joven. Ella lo miraba con la boca abierta. Él le devolvió la mirada asombrada.

Era bastante bonita, con cabello y ojos oscuros que estaban cargados de perplejidad. Había algo similar en ella, pero no podía determinar qué.

—Oh —murmuró ella en ruso. —Bueno, esto definitivamente no es lo que esperaba —se acercó, mirando a Matías con curiosidad.

—Hola —dijo Matías, jalando la camiseta de Enzo, repentinamente tímido por sus piernas desnudas. ¿Quién era? ¿Cómo había entrado en el cuarto? Hasta donde Matías sabía, Enzo tenía la única tarjeta-llave de la habitación y la casa estaba fuertemente custodiada. —¿Quién eres tú?

Sus cejas ascendieron.

—¿Quién eres tú? Esta es mi casa.

El estómago de Matías se apretó en un nudo incómodo. ¿Su casa? ¿Acaso Enzo tenía una... una esposa de la que nadie sabía?

Antes de que pudiera formular una respuesta, oyó el sonido de pasos y un muy pálido Vlad apareció en la entrada.

—Viviana, no deberías estar aquí —le dijo en ruso. —Enzo estará enojado, ya está enojado. Lo llamé.

La mujer -aparentemente, Viviana- puso las manos sobre sus caderas y resopló.

—Yo también estoy enojada —señaló hacia Matías. —¿Quién es él? ¿Por qué está en el dormitorio de mi hermano?

¿Hermano? ¿Era la hermana de Enzo?

Vlad frunció los labios, disparando una mirada tenebrosa en la dirección de Matías.

(Iɴ)ᴄᴏʀʀᴇᴄᴛᴏ | ᴇⁿᶻᵒ ˣ ᴍᵃᵗⁱ́ᵃˢOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz