Capítulo 7

82 8 51
                                    

La mudanza

Lo de anoche con... Bueno, no me acuerdo del nombre del chico de Tinder, ¿a quién quiero engañar? Pero lo de anoche con él fue una mierda. Tardé más tiempo en ir y venir de Fairbanks que en hacer lo que hice con él: tomarme una cerveza en un bar del centro de la ciudad y echar un polvo en su casa del que no disfruté lo más mínimo. Es cierto que el estado de ánimo en el que me encontraba no contribuyó a ello, pero él tampoco se esforzó mucho que digamos en proporcionarme el mismo placer que obtuvo él de nuestro encuentro.

Esos son los pensamientos que me asaltan la mente nada más despertarme, en mi cama, unas ocho horas después de haber estado en la suya.

—Soy una idiota —me gruño a mí misma.

A estas alturas, debería haber aprendido que no sirve de nada intentar buscar consuelo en otros tíos. No si cuando estoy con ellos es a otro a quien tengo en la cabeza. El problema es que ese otro es Preston Nichols y va a casarse con Mia.

Todavía sueño con él muchas noches. Cuando las pesadillas sobre Audrey no perturban mi descanso, es él quien puebla mis sueños. Él pidiéndome perdón, él anulando el compromiso con mi hermana, él besándome como ningún otro hombre con el que he estado después de él ha sabido hacerlo.

Hundo la cabeza en la almohada mientras la ansiedad y el asco se mezclan hasta formar un cóctel explosivo en mi estómago que amenaza con hacerme vomitar de un momento a otro.

Sé que no puedo seguir pensando así sobre el futuro marido de mi hermana pequeña. Pero, si no he conseguido sacarlo de mi mente ni de mi corazón en los cuatro años que llevo viendo aquí, a más de quinientos kilómetros de él, no voy a lograrlo en los escasos dos meses que quedan para la boda. De hecho, creo que nunca lo haré.

Estoy a punto de empezar a mojar la almohada con mis lágrimas de rabia y frustración cuando el inconfundible sonido del timbre resuena por toda la casa. Reacciono levantando un poco la cabeza. Si es Yuka, no tengo que molestarme en atender porque tiene su propia llave para abrir.

Pero parece que no se trata de mi mejor amiga, porque se escucha otro timbrazo largo y después la persona que está llamando pulsa el botón con más insistencia y más rápido, haciendo que se oiga en forma de cortos pitidos.

—Me cago en mi vida —mascullo.

Tanta impaciencia solo puede ser propia de la señora Moore, que viene a pedirme algo completamente inofensivo como un poco de sal o que le preste mi batidora. Aunque esa poca paciencia también podría pertener a...

Wesley Foster.

Es él quien aparece al otro lado de la puerta cuando me digno a abrirla.

Sujeta un par de cajas de cartón con una mano, apoyándoselas en el brazo. Con la otra mano llama un par de veces más al timbre antes de darse cuenta de que ya he abierto.

Tengo tanto sueño todavía que, aunque intento alzar una ceja con molestia, no consigo hacer otra cosa que no sea entrecerrar los ojos.

—¿Qué haces aquí?

El muy imbécil me sonríe con ganas.

—Buenos días a ti también, Visentin —me suelta—. ¿No has leído el grupo de WhatsApp? He venido a instalarme.

Mierda. Sí que lo he leído. Lo leí anoche, cuando llegué a casa. Pero estaba tan cansada y dolida y... Triste que... Apenas le presté atención. Aunque la conversación que mantuvieron mi mejor amiga y el idiota que tengo delante giraba en torno a cuándo debería venirse este último a vivir a mi casa. El último mensaje que recuerdo era de Yuka diciendo que, como los fines de semana no trabajo, sería ideal aprovechar uno para hacer la mudanza. Y hoy es sábado.

Dime que me odiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora