Capítulo 30

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La cena de ensayo

Según mi madre, la cena previa a la boda es bastante informal. Me pongo unos vaqueros y un jersey gordo y me dejo el pelo suelto en lugar de recogerlo en una de mis habituales trenzas. Foster copia mi estilo relajado y ni se molesta en peinarse, de modo que, cuando salimos de nuestra diminuta habitación para bajar al restaurante del hotel, tengo que contener el absurdo impulso que me insta a peinarlo con los dedos.

Abajo, todos están sentados a la mesa excepto los novios. Mis padres se ponen en pie en cuanto nos ven cruzar la puerta de la estancia, pero los padres de Preston y sus hermanos y parejas no desvían la atención de la conversación que están manteniendo ni para echarnos un mísero vistazo.

—¡Sierra! ¿Este es Wes?

Mi madre se lanza a sus brazos antes de que me dé tiempo a contestar.

El chico, tras unos segundos de inmovilidad por la sorpresa, le devuelve el abrazo, aunque no es ni de lejos tan efusivo como lo está siendo ella.

—Encantado de conocerla por fin, señora Visentin.

A mi madre se le escapa una risita.

—Pero qué educado. Y qué alto y guapo —comenta, separándose de él—. Y hueles de maravilla.

Me pongo roja hasta la raíz del cabello. Por lo inapropiado que resulta todo lo que acaba de salir de su boca y, sobre todo, porque eso mismo es lo que he pensado yo muchas más veces de lo que me gustaría admitir.

—Usted también huele genial, señora Visentin —le responde el muy pelota, esbozando una de sus encantadoras sonrisas.

Mi madre también se las apaña para curvar los labios hacia arriba, aunque estoy segura de que le deben de estar temblando las rodillas por culpa de este idiota que está buenísimo.

—Bueno, veo que no hace falta que os presente —me veo obligada a intervenir.

Mi padre carraspea junto a mi madre, incómodo y mirando a Wes con cierta desconfianza.

Mierda.

—Disculpe, señor Visentin —se apresura a decirle Foster—. Wes Foster. Le juro que no pretendo seducir a su mujer.

Mi padre acentúa su mirada inquisitiva, clavando en él esos ojos marrones que comparte conmigo. Sigue mirándole mal durante uno, dos, tres segundos y entonces... Se ríe. Estalla en carcajadas.

Le extiende la mano a Wes y se la estrecha con fuerza.

—Pareces lo bastante listo como para saber lo que te espera si lo intentas —le suelta, divertido.

—No se crea —replica él—. Es que Sierra me ha hablado de su afición por los documentales de asesinatos.

No le he hablado de eso, por supuesto. Lo habrá leído en el informe de Yuka.

Pero eso mi padre no lo sabe y consigue arrancarle otra carcajada.

—¿Qué más te ha contado mi hija sobre mí?

—No mucho. Solo que es profesor en un instituto de secundaria.

Mi padre asiente, complacido. Le encanta hablar de su trabajo y, aunque lo que enseña no tiene nada que ver con el campo al que se dedica el chico, que compartan profesión es un punto en común que les sirve para ponerse a parlotear cuando nos sentamos. Foster le hace cumplidos y más bromas y a mi padre le hacen los ojos chiribitas, señal inequívoca de que le ha caído genial.

Mi madre no para de mirarlos de reojo mientras hablan. Y mira más a mi novio falso que a su marido.

—Ay, Sierra, es perfecto —suspira—. Hacéis una pareja preciosa.

Dime que me odiasWhere stories live. Discover now