Capítulo 12

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La disculpa

Estuve llorando más de lo que me gustaría admitir, pero, por suerte, logré recomponerme bastante antes de que Wesley llegase a casa ayer por la noche, después de pasarme la mayor parte de la tarde sollozando y regodeándome en lo mucho que me detesto por lo mala persona que soy y por haber dejado que lo que me dijo ese capullo me afectase tanto.

No nos hemos vuelto a dirigir la palabra. Ayer él cenó en silencio mientras yo intentaba estudiar en la cocina y, cuando me metí en la cama, ya estaba dormido.

Ahora acabo de despertarme y descubro que las sábanas del lado que él ocupa están estiradas y remetidas por debajo del colchón, como es habitual. Todas las mañanas me levanto con ese recordatorio de su inevitable presencia en mi vida.

Y hoy es incluso peor, porque, cuando mis adormilados pasos consiguen llevarme hasta la cocina, veo que ni siquiera ha tocado su desayuno. Hay una bandeja intacta sobre la encimera con un vaso de zumo de naranja, un par de huevos fritos acompañados de varias tiras de beicon y una torre de tortitas, además de una manzana troceada.

—Imbécil —mascullo.

¿Qué clase de idiota prepara un desayuno que conlleva tanto tiempo como este, si sabe que luego no le va a dar tiempo a comérselo?

Todavía no he decidido qué voy a hacer con toda esta comida cuando algo llama mi atención: un post-it junto a la bandeja.

Despego el cuadradito de papel del granito y las dos palabras que leo en él consiguen que se me corte la respiración.

«Lo siento».

Tardo casi un minuto entero en entenderlo: el desayuno es para mí. Me ha preparado el desayuno antes de irse a modo de extraña disculpa por lo de ayer.

Me lleva otros cinco minutos aceptar la disculpa y, todavía un poco impactada, me siento en uno de los taburetes de la isla para empezar a comer.

Me digo a mí misma que no haber rechazado su ofrenda de paz no significa que le haya perdonado, pero, cuando termino de engullirlo todo y descubro que me siento muchísimo más llena que con los cereales que tomo todos los días, casi se me olvida por qué discutimos ayer.

Es un capullo insensible al que no le importa hablar conmigo de un tema tan espinoso para mí sin tener ni un mínimo de tacto y esa es solo una de la larga lista de razones por las que lo detesto, pero he de admitir que probablemente este haya sido el desayuno más completo y sabroso que he comido en mi vida.

Voy a echarle un vistazo a Izzy una vez que he fregado todos los cacharros y, para sorpresa de nadie, me la encuentro mordisqueando una de las flores de plástico del jarrón que tengo colocado en la mesa baja frente al sofá. Además de ese objeto decorativo, desde que Wesley vive aquí la mesa también está atestada de manuales de histología y fisiología animal, montones de papeles cuyo contenido ni siquiera he intentado entender y el portátil del chico.

Mis ojos se quedan clavados en el ordenador. Algo me dice que está fuera de lugar, lo cual es absurdo, porque ese es el sitio donde suele estar siempre.

Entonces me acuerdo de la conversación que mantuve ayer con Foster y recuerdo por qué el portátil no debería estar ahí.

Me mordisqueo el labio inferior, indecisa. Wesley me dijo que hoy tenía que presentar el borrador de su tesis y, por el tono que utilizó, pareció algo súper importante y urgente y, si se ha dejado olvidado aquí el ordenador... ¿Cómo va a hacer esa dichosa presentación?

Dime que me odiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora