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Dos ovejas se peleaban por un ladrillo rojo de Lego, uno de los Reyes Magos lloraba mientras otro estaba parado encima de un escritorio con una espada He-Man en la mano, la virgen María se había cortado el flequillo la noche anterior y José se había orinado. De nuevo.

Lena aplaudió. -¡Suficiente!

Doce pares de ojos se volvieron hacia ella.

-Todos a la alfombra de lectura-, dijo. -Ahora- Obedientemente, los niños trotaron hacia la alfombra hasta que Lena notó el error en sus instrucciones. -Tú no, Daniel-, ya que su túnica blanca tenía una mancha amarilla. -Ve a la oficina.

-Sí, señorita-, dijo Daniel.

Fue su propia culpa. Mientras se mantuviera alerta y atenta a los movimientos, podría atrapar a Daniel antes de que tuviera que irse. Sin embargo, los ensayos para el pesebre la estaban volviendo loca. Puso un disfraz a un niño y de repente dicho niño pensó que era invencible, invisible y, en opinión de Lena, exasperante.

-Siéntense, con las manos en el regazo, por favor-, dijo Lena.

-¿Vamos a tener la hora del cuento?- preguntó Clara, su flequillo inclinado sobre su rostro de una manera que la hacía parecer un poco bizca.

-Porque en realidad no es hora de contar cuentos-, añadió Alice, que tenía un paquete de incienso debajo del brazo, una bolsa de monedas de oro alrededor de su muñeca y una botella de mirra metida en el cordón de su túnica.

-¿Por qué tienes los tres regalos de los Reyes Magos?- Preguntó Lena.

-Porque a Adesh y Jace no se les pueden confiar sus regalos-, explicó Alice.

Lo cual probablemente era cierto, dado que Jace se estaba secando los ojos y Adesh estaba actualmente hurgando con un dedo dentro de su nariz, pero esa no era decisión de Alice. Por muy madura que fuera la niña, a Lena a veces le preocupaba que fuera demasiado madura. -Devuelve los regalos a los Reyes Magos correspondientes, ¿de acuerdo?

Alice resopló pero le arrojó el incienso a Jace y luego le arrojó la mirra a Adesh, golpeándolo limpiamente en la cabeza, con el dedo tan metido en la nariz que no tuvo tiempo de sacarlo para atraparla.

-Hora del cuento-, dijo Lena con firmeza.

Durante los últimos treinta minutos de la jornada escolar, los niños lograron sentarse en silencio y escuchar un capítulo de Stig of the Dump. Cuando finalmente sonó el timbre, Lena dejó escapar un suspiro de alivio. No es que el día hubiera terminado todavía, ni mucho menos.

-Recuerden, todos deben regresar aquí a las seis en punto-, dijo. -Eso nos da mucho tiempo para volver a vestirnos y prepararnos para la obra. ¿Bien?

Doce cabezas se movían arriba y abajo, pero Lena sabía que no debía confiar en la palabra de un niño de seis años. Le había pedido a Kara que enviara cartas a sus padres y sabía que todos llegarían más o menos a tiempo.

Los niños se dispersaron y Lena se quedó sola. Kara se había tomado las últimas dos horas para quedarse en el salón de actos de la escuela y colocar sillas y adornos.

Lena permaneció en su silla y cerró los ojos, dejando que el aula vacía resonara a su alrededor.

Era casi su último día, casi la última vez que se sentaría aquí. Y a pesar de lo que Sam había dicho, a pesar de estar de acuerdo con ella, todavía no había corrido ningún riesgo. Tal vez porque pensó que no merecía Kara.

Quizás porque tenía miedo.

Tal vez porque, aunque lo había buscado, no se atrevía a comprometerse a mudarse al Reino Unido. No ahora. No a un lugar completamente nuevo, no otra vez.

ʟᴇᴀʀɴ ᴛᴏ ʟᴏᴠᴇ ᴀɢᴀɪɴ   /SᴜᴘᴇʀCᴏʀᴘ / AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora