6: El enmascarado de Jezrel

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Despierto sobresaltada, el corazón martilleándome el pecho como solo lo ha hecho mientras caía con el gripher

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Despierto sobresaltada, el corazón martilleándome el pecho como solo lo ha hecho mientras caía con el gripher.

Tardo en entender lo que sucede, lo que perturba la tranquilidad de mi sueño, y no es solo que la cama siga vacía, y que Israem no haya regresado en todo el día.

Es el sonido del órgano que resuena a través de las paredes de su habitación, como ecos de una profunda, y terrible, melancolía.

Me incorporo, mis cabellos cayendo sueltos en una cascada detrás de mí, y me deslizo fuera de las sábanas de seda. La aurora boreal, que impera desde el balcón abierto, mancha las sombras de verde.

No entiendo la tristeza que me invade. Me he despertado con miedo, pero justo ahora, mi emoción es otra. Es esa melodía, que me llega desde el recibidor, atravesando la piedra para apuñalar mi pecho. Es inquietante, como si sus notas llevaran consigo secretos de un corazón manchado.

Siguiendo el sonido, cruzo el pasillo, mis pies descalzos apenas rozan la alfombra gastada por miedo a hacer ningún ruido.

La puerta de la salita está entreabierta, y la luz tenue del fuego blanco iluminando...

Me llevo la mano a la boca, y la presiono tan fuerte como para impedir que ni mi aliento salga de ella.

Hay un hombre aquí.

Viste un abrigo oscuro que parece fusionarse con las sombras, y sus dedos gobiernan sobre las teclas del órgano con la destreza que imagino en Ara al hilar las constelaciones del cielo.

Me quedo en el umbral, cautivada por la música y la figura enigmática, tanto como siento mis ojos llenarse lágrimas por el miedo. En este momento, se condensa toda la dualidad del reino, siempre entre lo maravilloso y lo lúgubre.

Pero entonces, el hombre levanta la vista. Sus ojos dos pozos negros, sin iris ni pupila, y parecen atravesarme hasta lo más profundo, donde nada es azul, ni tiene alas, donde tiemblo, sufro y odio.

No son sus ojos, entiendo. Pero que he visto a través de ellos, a través de la mascara roja que oculta con sombras su mirar.

El hombre sigue tocando, y el polvo danza en el haz de luz que lo ilumina, haciendo resaltar el único mechón blanco en su largo cabello negro, mientras el órgano de ébano se alza como único guardián de sus secretos.

La habitación vibra con una energía extraña. Las llamas de fuego blanco parpadean, casi como si se inclinaran hacia el desconocido.

El hombre ya me ha visto, pero no puedo hacer nada al respecto. Mi corazón late al ritmo del órgano. Los acordes se entrelazan creando una sensación de inquietud y fascinación, la música parece abrir portales al alma de ese hombre, y una parte de mi quiere asomarse, tanto como teme al guardián de esas puertas.

Doy un paso atrás, mis pies impregnándose del frio del piso.

Y entonces la música se detiene.

Aterrorizada, corro al balcón.

Consorte [Saga Sinergia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora