Llevo bastantes días sin dejar de darle vueltas a lo que dijo Vinnie la otra noche. En la casa en la que vivía con mi familia antes de mudarme aquí. Ni siquiera sabía que tenía una casa en Salnisk, bueno, lo intuía, más que nada porque sé que pasó su infancia, adolescencia y parte de su vida aquí, pero... Tener un hogar y ni siquiera pisarlo me resulta... extraño. Demasiado.
Me pregunto cuántas cosas conozco de Vinnie y la respuesta me abruma porque el contador se mantiene en cero. No sé nada de su madre, ni de su hermana ni padre. Ni siquiera sus nombres o dónde están para que viva conmigo y no con ellos. Aunque claro, su hermana lleva cinco años sin aparecer por el pueblo, ¿quizá la relación con sus padres es como la mía con los míos y por eso se alejaron de ellos? Pero las pocas veces que ha hablado de su madre no ha sido para quejarse de ella, todo lo contrario. Recuerdo cuando me dijo que iban los tres al mirador y que desde entonces se volvió su lugar favorito. De hecho, sé que muchos días suele ir allí para despejarse y, aunque he ido un par de veces con él, todavía espero a que me lleve de nuevo. Lo que sí es una realidad es que a su padre no lo ha nombrado ni una sola vez. Y tampoco sé nada de su vida privada, es decir. ¿Ha tenido pareja alguna vez? ¿Se ha enamorado?
Es posible que, en conocer todo eso tarde más de lo normal, porque bueno... desde que dijo aquellas palabras Vinnie está raro. Diferente. Después de los besos que nos dimos no hemos vuelto a hacerlo, está más distante que nunca y no estoy segura de si hice algo para provocar eso. Me aterra que sí. Quizá he ido muy rápido y se ha agobiado, o tal vez esté haciendo suposiciones sin intentar siquiera comunicarme con él. Pero es imposible porque se ha cerrado en banda y no consigo hacer que suelte prenda.
—¿...puedes, cielo? —Escucho de repente la voz de Mel.
Levanto la cabeza de la libreta en la que estoy apuntando cosas y me giro hacia ella.
—¿Qué decías? —pregunto.
—¿Estás bien? —estudia mi rostro casi al milímetro.
—Mal de amores, mamá —dice Violetta mientras sale de la trastienda.
—Abigail —gruño entre dientes y ella me mira con una cara de "voy a matarte como vuelvas a llamarme así"—. Cierra el pico —la señalo y la contemplo exactamente igual.
—¿Hay una afortunada o afortunado por ahí, Adaline? —Mel me mira con una sonrisa pícara y no sé muy bien cómo responder a eso.
—Para nada —niego rotundamente.
—Mentir se te da igual de mal que a Violetta —suspira—. No quiero saber nada en realidad, con que seáis felices y buenas personas me conformo —se va hacia su despacho—. Voy a ordenar las flores porque esto es un caos.
—No me has dicho lo que querías decirme.
Frena en seco y me mira con una cara de "pues tienes razón".
—Cierto —sonríe—, vamos a hacer una barbacoa esta noche. ¿Te apetece venir?
—Sí, claro —acepto sin dudar.
—Genial, ¿vais a comer con los chicos? —pregunta mientras se aleja y Vi y yo confirmamos la pregunta a la vez—. Decidle que están invitados, como todos los años.
Nos quedamos mi amiga y yo en el mostrador en silencio y serias para jugar al típico juego de "quien ría antes pierde" casi siempre lo hago yo porque suelo soltar una carcajada demasiado rápido. El caso es que la competición ha variado tanto que ahora lo hemos cambiado por "a ver en cuanto tiempo hago reír a Adaline".
Violetta ha venido a ayudarnos porque esta noche hay una tradición, hoy se cumplen doscientos siete años desde que Saldana y Leopold sellaron su amor en el bosque.
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Un lienzo de flores
Teen FictionAntes de morir, Rose Fletcher dispuso que la única familiar que podría heredar su casa sería su nieta Adaline, con la condición de que viviese allí un año entero. El problema aparece cuando se encuentra que en ese mismo lugar ya está viviendo el jov...