Un demonio de jefe

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Naomi

Acepté el delantal de cuero y vaquero que Sherry «Fi» Fiasco me ofreció y me lo até alrededor de la cintura.

—Te queda bien la camiseta —observó Sherry mientras asentía con aprobación mirando la camiseta con el cuello de pico de Honky Tonk.

—Gracias —le dije, y tiré del dobladillo, nerviosa.

La camiseta era ceñida y enseñaba más escote del que estaba acostumbrada a resaltar. Pero según la investigación que había llevado a cabo en la biblioteca, las mujeres que enseñaban sus «dotes» solían recibir mejores propinas.

El Honky Tonk parecía un bar de country que hubiera tenido una breve pero fructífera aventura con un bar clandestino glamuroso. Me gustaba el rollo «cowboy pijo» que desprendía.

—Te presento a Maxine. Será quien te enseñe cómo funcionan los TPV —anunció Fi, y se sacó la piruleta de la boca—. También sirve para fichar cuando entras y sales y para pedir tus comidas. Aquí tienes tu número. — Me pasó una nota pegajosa con el número 6969 garabateado en rotulador.

«Maravilloso».

—Hola —saludé a Maxine. Tenía una piel oscura que refulgía por el iluminador en esos pómulos envidiables y el canalillo modesto. Llevaba el pelo corto, que se rizaba en bucles diminutos de color magenta.

—Llámame Max —insistió—. ¿Has servido bebidas alguna vez?

Negué con la cabeza.

—Trabajaba en Recursos Humanos hasta hace dos días.

Le di puntos por no ponerme los ojos en blanco. Yo tampoco querría enseñarme a mí misma.

—Pero aprendo rápido —le aseguré.

—Bueno, tendrás que hacerlo, porque hoy nos faltan manos. Así que, a menos que seas un desastre, te lanzaré pronto a los leones.

—Me esforzaré por no serlo —le prometí.

—Así me gusta. Empezaremos con las bebidas de la mesa ocho.

—Tenemos las dos cañas de Bud —empezó Maxine mientras sus dedos volaban sobre la pantalla. Me hipnotizaron sus uñas brillantes y su velocidad.

Estaba nerviosa, pero muy motivada. El banco me había comunicado que tardaría una semana en recibir las nuevas tarjetas de crédito y de débito, y Waylay ya se había liquidado una caja entera de Pop-Tarts. Si quería seguir alimentando a mi sobrina, tendría que convertirme en la mejor camarera que este pueblo hubiera visto en la vida.

—Entonces le das a «Enviar» y la impresora del bar saca el pedido. Funciona igual para la comida, solo que ese va directo a la cocina —me explicó Max.

—Lo he pillado.

—Perfecto. Aquí hay otro. Hazlo tú.

Solo me equivoqué dos veces y me gané un gesto de «bastante bien» por parte de mi instructora.

—Venga, que no paren esas propinas. Espero que tengas los pies duros —me dijo Maxine con una sonrisa cómplice.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now