Síndrome premenstrual y una abusona

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Naomi 

Llegué al Honky Tonk antes de que empezara mi turno en el inmaculado Ford Explorer de mi padre. Una ventaja de tener a mis padres en el pueblo.

Otra ventaja era el hecho de que estaban todos viendo una película con Waylay en casa de Liza. Se me había ordenado que me comprara un coche «cuanto antes».

Entre lo que había ganado en el póker y lo que había sacado de la venta de mi casa, ahora disfrutaba de una situación económica muy sólida incluso con la inminente compra de un coche decente. Y luego estaba el detalle del polvo que habíamos echado Knox y yo esa tarde, cuando había venido a ayudarme a montar el nuevo escritorio de Waylay.

Sentía que la vida me iba bastante bien cuando entré en el Honky Tonk.

—Hola, chicas —les dije a Fi y a Silver—. Hoy estáis preciosas.

—Has llegado antes y estás de muy buen humor —observó Fi, mientras metía el cajón de la caja registradora—. No me gusta que seas así.

Silver me observó mientras colocaba los taburetes de la barra. Se detuvo.

—Tiene cara de orgasmo. No es una de las nuestras.

«Mierda». Lo último que necesitábamos Knox o yo era que nuestros compañeros se pusieran a chismorrear sobre nuestra increíble y satisfactoria vida sexual.

—Anda, venga ya —me burlé y escondí el rostro tras una cortina de pelo mientras me ataba el delantal—. Una puede estar de buen humor sin haber tenido ningún orgasmo. ¿Por qué hay chocolate y parches de calor?

Junto a la caja registradora había un plato de brownies envueltos con celofán rosa, una caja de parches de calor adhesivos y una caja de analgésicos.

—El kit de cuidados mensual de Knox —anunció Silver—. ¿Quién te ha provocado esa cara de orgasmo?

—¿Kit de cuidados para qué? —pregunté, haciendo caso omiso de la pregunta.

—Nuestros ciclos están sincronizados. El de Stasia también —me explicó Fi—. Cada mes, el jefe nos monta una cesta de supervivencia menstrual y nos trata bien un par de días.

—Qué detalle tan bonito por su parte —observé.
Fi dio una palmada en la barra

—¡Madre-mía-del-amor-hermoso-te-has-acostado-con-Knox!

—¿Qué? ¿Yo? ¿Con Knox? —Noté que me sonrojaba—. ¿Por qué dices eso? ¿Puedo comerme un brownie?

—Está tratando de desviar el tema —sentenció Silver.

—Sí, Naomi. No sabes poner cara de póker, tendrías que practicar. ¡Qué emoción, joder! ¿Sabes que nunca se había tirado a ninguna empleada? ¡Ya decía yo que saltaban chispas! ¿No te dije que saltaban chispas? —Fi le dio una palmada en el hombro a Silver.

—Sí. Chispas —coincidió Silver—. Entonces, ¿tenéis algo? ¿O fue más cosa de la excitación del momento, «a mi hermano le acaban de disparar» y eso?

—En una escala de «Bah» hasta «Me ha destrozado la vagina para siempre», ¿cómo de bien lo hace? —preguntó Fi.

Esto no estaba saliendo como tenía previsto. Mis ojos se posaron en las puertas de la cocina y volvieron a las expresiones expectantes que tenía delante. En este pueblo, las noticias corrían como la pólvora, y no quería alimentar habladurías.

—Chicas, no quiero hablar de esto, la verdad.

Se quedaron inmóviles, observándome, y luego intercambiaron una mirada y asintieron.

Cosas que nunca dejamos atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora