El novio

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Naomi 

Metí el pasador del pendiente por el lóbulo y me eché hacia atrás para admirar el efecto.

—¿Qué te parece? —le pregunté a Waylay, que estaba despatarrada bocabajo, sobre mi cama, con la barbilla apoyada en las manos.

Contempló los pendientes.

—Mejor —sentenció—. Brillan como el Honky Tonk de la camiseta y resaltan más cuando te mueves el pelo.

—Yo no me muevo el pelo —dije, y la despeiné. Mi sobrina estaba cada vez más dispuesta a tolerar muestras de afecto por mi parte.

—Y tanto que sí. Cuando ves que Knox te está mirando te pones como… —Hizo una pausa y se sacudió el pelo rubio y pestañeó de forma exagerada.

—¡No es verdad!

—Y tanto.

—Yo soy la adulta que manda y te digo que no —insistí, y me dejé caer sobre la cama a su lado.

—También pones esa cara de enamorada siempre que aparece o que te manda un mensaje.

—Ah, ¿la misma cara que pones tú cuando alguien menciona al señor Michael? —bromeé.

La expresión de Waylay se transformó en lo que acertadamente podía calificarse como «cara de enamorada».

—¡Ajá! ¿Lo ves? Eso es una cara de enamorada —le dije, señalándola con dedo acusador.

—Más te gustaría —se burló, sin dejar de sonreír—. ¿Puedo usar un poco de tu laca, puesto que me has despeinado entera?

—Claro —le dije.

Se bajó de la cama y agarró el bote que había dejado en la cómoda.

—¿Estás segura de que has cogido todo lo que necesitas? —pregunté, mirando la bolsa de lona rosa que había en el umbral. Habían invitado a Waylay a la fiesta de cumpleaños de Nina, que incluía pasar la noche en su casa. Era la primera vez que iba a dormir con alguien que no era de la familia, y me estaba poniendo nerviosa.

—Estoy segura —contestó.

Su lengua se asomó entre sus dientes mientras se cepillaba el pelo con cuidado encima de la frente y luego le daba un toque de laca.

—Hoy me quedo a cerrar en el Honky Tonk, así que si decides que no quieres pasar la noche, puedes llamar a la abuela y al abuelo, o a Liza, o a Knox, y cualquiera de ellos irá a recogerte.

Me miró a los ojos a través del espejo.

—¿Por qué no iba a querer pasar la noche? Si nos han invitado a dormir.—Ya llevaba el pijama puesto, una petición que formaba parte de la invitación. Pero llevaba las zapatillas rosas que Knox le había comprado con el omnipresente corazoncito en los cordones.

—Solo quiero que sepas que da igual lo que sea, siempre puedes llamarnos y alguien irá a por ti —le dije—. Incluso cuando seas mayor.

Carraspeé y Waylay dejó el bote de laca.

—¿Qué? —preguntó, y se dio la vuelta para mirarme.

—¿Qué de qué? —la eludí.

—Siempre toses antes de decir algo que crees que no le va a gustar a la otra persona.

Qué niña tan astuta.

—¿Has sabido algo de tu madre?

Clavó los ojos a las zapatillas.

—No, ¿por qué?

—Alguien dijo que ha pasado por aquí no hace mucho —le dije.

—¿Ah, sí? —Waylay frunció el ceño como si la noticia fuera alarmante.

Cosas que nunca dejamos atrásWhere stories live. Discover now