1. Efecto Dominó.

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¡Se apagan las luces rojas y empieza el Gran Premio en Bahréin! Todos tienen la emoción al máximo, pero solo hay una cosa que supera ese sentimiento de nerviosismo y entusiasmo de una carrera: la expectativa en los nuevos pilotos que debutaban en la Fórmula 1. En esta ocasión habían dos que captaban la atención de absolutamente todos los espectadores, e incluso de los demás equipos. Se trataba de dos promesas que venían teniendo un pasado increíble en categorías anteriores, aunque, a no confundirse, estos eran muy distintos.
Max Verstappen, en el equipo de Toro Rosso. Un chico que a simple vista, era inofensivo, pero en cuanto se subía al monoplaza era otra persona. Se dejaba dominar por su competitividad interminable y su sed de gloria que, por lo visto, era insaciable. Odiado por algunos, querido por otros, pero el neerlandés ya había declarado más de una vez que todo ese odio hacia él no dejaba más evidencia que la que necesitaba para afirmar que era envidia pura. Su personalidad, su capacidad, su persuasividad era realmente admirable y jugaba un gran rol en su éxito.
Del otro lado se hablaba de un chico completamente opuesto. Charles Leclerc. Que hacía su debut en la categoría con la escudería Alfa Romeo. Siempre llevaba una sonrisa y tenía una manera particular de tomar todo para bien, era demasiado raro verlo enojado. Se llevaba bien con la mayoría y, aunque dentro de la pista fuera agresivo y llegara a enfadarse, raramente dejaba que esto llegara a afectar en su comportamiento una vez estaba fuera de ella. Como todo piloto, era competitivo, pero a veces sabía dejarlo de lado por sitiaciones puntuales, cosa que Verstappen jamás podría hacer.
Todo esto se vio reflejado luego de un incidente sobre la vuelta 30. Ambos iban uno atrás de otro, y el monegasco, en un intento de rebasar a su adversario, hizo un trompo. Algo que quizás podría considerarse normal en un rookie, pero ese no era el problema, el problema era que al trompear, también se llevó por delante a Max. Ambos terminaron retirados gracias al error del chico de Alfa Romeo, algo que el holandés no podría perdonarle jamás. Porque además de todo lo descrito, también lidiaba con un gran problema en relación a su orgullo y rencor.
Estaba Charles en la sala donde todos controlan su peso antes y después de cada carrera, haciendo el procedimiento rutina de cada fecha, cuando de repente sintió que alguien lo jalaba con bastante fuerza por las espaldas.
—¿Qué carajos?–dijo el castaño.
—Eso mismo pregunto yo, ¿qué carajos? ¿Qué demonios pasa contigo?–respondió Max dándole un empujón.
—Oye, tranquilízate. Fue un accidente como cualquier otro, joder.
—¿Como cualquier otro? ¿Te sueles llevar a los demás por delante seguido o simplemente eres idiota?–exclamó realmente enfadado con la situación.
—Cometí un error, lo siento si eres perfecto. No fue personal. No quise hacer que abandonaras la carrera, ¿por qué querría hacer algo así?
—Porque tienes miedo de que te supere, quizás–contestó acercándose lentamente con un tono arrogante.
—Anda, sí, claro. No sé qué cuento te habrás leído pero aquí eso no pasa. Al perjudicarte me perjudico, y eso no me es útil tampoco, inteligente.
—Quizás no lo pensaste. Dudo que lo hagas, ¿acaso sabes que tienes un cerebro ahí dentro de tu cabecita? ¿Sabes para qué cojones funciona?
—No, no lo sé. Si es que nací ayer y no me llegué a entera–Leclerc empezaba a molestarse con la situación.
—Claro que no lo sabes, supuse que sería así. Solamente alguien sin cerebro cometería un error en una curva tan fácil cuanto esa. ¿Sabes? Esa cosa que tienes en la cabeza sirve para regular y coordenar todo lo que hacemos, también para almacenar información. ¿Quieres que te lo dibuje, Charlie?
—No, no lo necesito, Max. Muchas gracias por tu grandiosa explicación, quizás deberías dedicarte a la docencia.–esta vez fue el ojiverde quien disminuyó la distancia entre ambos.
—Muy bien, ahora que ya lo sabes, almacena esta información: no vuelvas a meterte en mi camino, Leclerc, y lo digo en serio. Si te atreves a hacer algo como eso, aunque no sea personal, lo mío sí que será personal contra ti, y me encargaré de destrozarte por completo, humillarte tanto hasta lograr que te retires de este deporte, porque aquí no hay lugar para las dudas, vas a 300 kilómetros por hora, no hay tiempo para pensar, no hay espacio para la inseguridad. Muévete de mi camino, y si no lo haces, te moveré yo, porque aquí solo hay espacio para los que estamos seguros, y si no lo estás, entonces apártate, toma asiento y mira como los que sí lo estamos, lo hacemos bien.
—Lo que digas, Max. ¿Ya terminaste?–lo miró de arriba a abajo.
—Sí, no tengo más tiempo para gente como tú. Ya te he dado demasiado–se alejó y se largó aún envuelto en la rabia y más que decidido a tratarlo como más que un enemigo en la pista, si no que un enemigo en todo sentido.

They Don't Know About Us || LestappenWhere stories live. Discover now