Capítulo 30: Kola

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Estaban preparados

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Estaban preparados. Esta vez sí, caviló Christian, mientras marchaban hacia el Cañón de Kola. Eran un gran ejército de magos y podían enfrentarse perfectamente a los magos negros. O, al menos, eso trataba de decirse a sí mismo. Pero lo cierto era que tenía miedo, todos lo tenían, y ese era su punto débil, el mayor de todos. Los magos negros habían demostrado ser letales e implacables, y todos temían por sus vidas y las de aquellos que querían. Las miradas eran de valor mientras caminaban bajo el cielo azul claro, pero también mostraban temor y dudas. Y presentarse a la batalla dudando no era una buena idea. Christian había tratado de convencerlos de que no había nada de qué preocuparse, pero ni él mismo estaba convencido.

Era una fría mañana en la que la humedad congelaba sus huesos y dificultaba la marcha hacia su destino. Casi nadie hablaba. Después de tanto entrenamiento, se acercaba un enfrentamiento para el cual aún no se sentían del todo preparados.

Acamparon al llegar la noche. La zona era un tanto inhóspita: no había demasiada vegetación, casi todo el paisaje estaba compuesto por rocas rojizas, dando una ligera sensación de que se estaban dirigiendo camino del infierno. Pero, aun así, el color desgastado de aquellas tierras era de una belleza sorprendente, casi poética, como si se hubiese sintonizado con los temores de los viajantes que lo recorrían.

—Este pollo sabe raro —dijo Nathan, mientras pegaba un mordisco del plato que tenía delante y se apoyaba en una enorme roca.

—Eres un quejica —le dijo Christian.

Estaban sentados alrededor de la pequeña hoguera que habían encendido para calentar la comida y sus congelados cuerpos. El ambiente parecía haberse relajado un poco con la llegada de la noche, aunque no habían bajado la guardia del todo: cada hora cambiaban a los magos que vigilaban los alrededores por si los enemigos andaban cerca.

Los magos rosas, siempre tan animados, habían decidido poner un poco de música y bailoteaban despreocupadamente de un lado a otro, consiguiendo que todas las miradas se centrasen en ellos.

—Se te cae la baba, no me extraña que no te guste el pollo, no le haces caso —dijo Christian, riéndose de Nathan.

Nathan se apresuró a limpiarse los restos de comida que tenía por la barbilla.

—Estaba distraído.

—Sí, ya, y yo me chupo el dedo —le contestó Christian—. Pero a ver, a ti... ¿quién te gusta?

—Nadie.

—Si no me lo quieres contar, no me lo cuentes, pero no me mientas. Te he visto con muchas y muchos de la Orden Rosa, pero sé que hay alguien que te debe gustar más.

Nathan miró a un lado y al otro.

—Vale. Pero no se lo digas a nadie, ¿eh?

—Mis labios están sellados.

—Ni a la bruja guarra esa —le miró amenazador.

—No sé por qué se lo iba a contar a ella. Dudo mucho que le importe. Y no la llames así.

Hielo violetaWhere stories live. Discover now