Capítulo 1

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UN MARTES CUALQUIERA

NADIA

Salió del baño algo mareada y caminó con pasos cortos hasta la cocina; recordó que debía desarmar el árbol de Navidad de una vez. Mañana sin falta, se dijo. El resfriado, la congestión nasal y sus alergias, no le permitían descansar bien desde hacía ya unos cuántos días. Estaba casi segura de que tenía temperatura, pero no había tenido tiempo para cerciorarse. Le hubiese encantado quedarse en la cama hasta que su cuerpo sanara completamente y descansar. ¡Eso! Descansar. Ya no recordaba cómo se sentía aquello. Sin embargo, las actividades, el trabajo, la vida no se detendrían a esperar su recuperación.

Su hijo dormía plácidamente en la cama que una vez había sido suya, en la habitación que una vez había sido suya y que ahora estaba pintada de azul y tenía estrellas fluorescentes pegadas en el techo. Ella lo había convencido de que se había ganado aquel lugar gracias a su habilidad en los naipes. Le dejó creer que si ella dormía en el comedor no se debía a la imposibilidad de mudarse a un lugar mejor o más grande, sino a su excelencia en el juego, por supuesto. A decir verdad, a ella tampoco le importaba dormir allí. Si él era feliz, el esfuerzo valía cada contractura.

—Ben... –lo llamó con dulzura y una vez más fue testigo de la maravilla. La mirada de amor de su hijo era todo lo que necesitaba para comenzar el día. Cuando él la miraba de ese modo, cada dolor, cada molestia, desaparecían por completo–. Buenos días, cielo. ¿Cómo has dormido?

–Bien –el niño se estiró en la cama y ella aprovechó a besarle el vientre una vez más, como lo había hecho desde que nació, diez años atrás.

–Vístete que ya mismo preparo el desayuno. Paula llegará por ti de un momento a otro. ¡Vamos! ¡Arriba!

Con las pocas fuerzas que le quedaban, calentó la leche y armó una tostada con jamón y queso. Mientras esperaba a que su príncipe azul apareciera en la cocina, le escribió a su compañera de trabajo–y mejor amiga–dejándole saber que llegaría tarde. Pasaría por la guardia médica a que le dieran algo para el resfriado y de allí, derecho a la oficina. Había mucho qué hacer y no podía darse el lujo de faltar.

Marina:

Ni se te ocurra aparecerte por aquí.

Yo te cubro, amiga.

Descansa.

Nadia:

Gracias.

Te avisaré cualquier cosa.

De todas maneras, estimo que en unas horas estaré allí.

Marina:

No te preocupes. Puedo hacer tu trabajo, Nadia.

De verás... 😉

Nadia:

¿Te he dicho que te adoro?

Marina:

Yo a ti.

Cuídate.

–¡Benjamín! ¡Vamos! Se enfría la leche.

–Aquí estoy. Aquí estoy–dijo restregándose la cara–¿¡Sándwich!? ¡Sííííí! –festejó con efusividad y ella no pudo más que sonreír. Su hijo se alegraba por todo. Hasta lo más insignificante se volvía especial para él.

–De nada, cielo. Come, come que Paula no tardará en tocar la puerta. Me he quedado dormida.

–¿Te sientes bien? –preguntó preocupado por ella.

A través de las grietasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora