Capítulo 6

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¿SOLO?

ALEJANDRO

–Buenos días, doctor. Le presento a Ana Contreras. Mi...–¿qué eran ahora?

–...esposa–completó Ana y él se la quedó mirando–. Por ahora–aclaró ella en un tono más bajo y solo para que él la oyera.

–Pónganse cómodos, por favor. Enseguida regreso con la carpeta donde tengo los papeles a firmar. Desde ya, muchas gracias por haberse acercado tan pronto y espero que esta situación no sea un escollo para ustedes. Con permiso.

–Idiota –comentó Alejandro una vez que el hombre abandonó la oficina.

–Espero que no se demore. Quedé en encontrarme con las chicas en una hora.

–¿Estás bien, Ana? –le preguntó con sinceridad, esperando que ella le dijera que no, que lo extrañaba y que lo necesitaba en casa. Los días para él habían sido demasiado largos.

–Sí–lo miró y estiró el brazo para acariciar su rostro con cariño. En ese exacto momento lo confirmó; todo estaba terminado entre los dos. Debía hacerse la idea de que ya no contaría con ella.

–Bien–besó la palma de su... ex mujer y sonrió para dejarla tranquila. Por dentro, su alma caía en un agujero negro profundo, helado y vacío.

Solo una vez más.

–Aquí está todo. Les pido que lo lean con atención por favor y cuando estén listos, firman junto a las cruces.

Ana no leyó nada. Tomó un bolígrafo de su cartera y firmó donde debía hacerlo. Lo guardó, se puso de pie, se despidió y se fue. Alejandro en cambio, se quedó mirando la puerta de la oficina con una sensación horrenda en el pecho.

–Lo siento mu...

–Ahórrese los comentarios, Gutiérrez. ¿Tiene un bolígrafo?

Al cabo de media hora, salía de allí con una copia de lo que acababa de firmar. Tenía tiempo de llevarse algunas cosas del bar hasta el próximo fin de semana así que decidió que no haría nada. Necesitaba aire.

Caminó por las calles que una vez lo habían visto correr entre el bar grande como lo llamaban los conocidos y la pequeña sucursal frente al mar. No recordaba las veces que había ido y venido con botellas, bolsas, paquetes, cajas. Con pasos lentos llegó a la costa y observó el horizonte bañado de azul. Ese mar lo había traído hasta la isla con una ilusión y un sueño por cumplir. ¿Y dónde estaba ese sueño? Lo había vendido, doblado y guardado en el bolsillo de su pantalón.

–Lo siento tanto, mamá–dijo sin despegar la vista de la línea que dividía el cielo con el mar y seguro de que sus padres desde el más allá no estarían nada felices con él. Había abandonado todo, ¿para qué? Para nada.

Retomó su andar por la Avenida Apolinario. La brisa marina volvía sus sentimientos pesados, salados. La gente iba y venía aquella mañana como si el mundo fuese perfecto. Como si no hubiese fallas, ni grietas. Cada uno inmerso en sus cuestiones y en sus problemas. Algunos corrían, otros tomaban sol sobre la arena. ¿Aquellos que caminaban delante suyo, tendrían tantos problemas como él? ¿Estarían igual de rotos? Seguramente no, pensó. Si hasta en eso debía estar solo.

Se detuvo frente al pequeño bar que había adquirido gracias al préstamo de su suegro. Aún pese a que sabía que era un fracasado, se lo había prestado igual. Por su hija, había dicho. Y Alejandro sonrió y agradeció; no por Ana sino por él. Y soñó, con alma y corazón incluidos, que aquel sería un éxito rotundo. Sin embargo, ahora que lo observaba con atención; las paredes algo despintadas, las pocas mesas, las ventanas opacas. Lo veía horrible. Tan horrible que le produzco arcadas.

A través de las grietasWhere stories live. Discover now