Capítulo 5

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MARGARITA

NADIA

El azul del mar debajo de sus pies la obnubiló. Últimamente todo la sorprendía y pasaba largos minutos observando cosas que siempre habían estado allí, pero que ahora se le antojaban distintas. Quizás se debía a la posibilidad de morirse y la necesidad de vivir cada segundo como si fuera el último; aferrándose a todo lo lindo que la vida podía regalarle. ¡Quién sabe! Había llegado a la conclusión que no le temía a la muerte sino a lo que aquello provocaría en Ben; su niño adorado, su príncipe azul. Quería dejar el camino de su pequeño lo más resuelto posible. Había logrado desprenderse del miedo y aceptar que aquello era simplemente un escollo. Un escollo del que debía ocuparse si quería disfrutar de su hijo por mucho tiempo más.

La doctora Martín, jefa de oncología del hospital Negrín le había dado una cita unos días atrás y le había explicado con calma todos los detalles de su estado. Escucharla le había traído algo de paz porque ella misma había sido paciente y se había recuperado. Había esperanzas, muchas, si el tratamiento funcionaba. Por lo pronto, arrancarían con sesiones de quimioterapia una vez regresaran de su viaje. Luego, de acuerdo a su evolución, evaluarían el tema de la operación.

Pensaba en sus horarios, en la organización familiar y en que tarde o temprano, debería contarle a su hijo lo que sucedía, cuando su vocecita la alcanzó.

–¿Estás bien, mamá? –preguntó Ben más atento a ella que de costumbre, como si intuyera que algo estaba sucediendo.

–Sí, cielo. Un poco nerviosa. Hace muchos años que no vuelo en avión–mintió y esperó que su hijo no hallara grietas en su respuesta.

–Yo estoy fascinado. Quizás me convierta en piloto. Acabo de descubrir que me gustan las nubes.

–Ah, ¿sí? ¿Y qué ocurrió con aquello de ser bombero?

–Podría ser las dos, ¿no crees?

–Podrás ser todo lo que sueñes.

Benjamín sonrió complacido y continuó mirando los dibujos animados en la pantalla que aparecía delante de él. Ella en cambio, regresó la vista al horizonte. Ya no se veía el mar sino una alfombra blanca iluminada apenas por el sol del atardecer.

Regresaba a Madrid. Regresaban los recuerdos.

11 años atrás.

–Respira. Vamos. Respira conmigo–inhalé y exhalé mientras daba vueltas por la habitación buscando que el aire entrara a mis pulmones–. Vamos. Tú puedes. Vamos–repetía Becca como autómata.

–No puede ser–no podía creerlo. Mi pecho subía y bajaba agitado ante la noticia que acababa de recibir y que aún sostenía entre las manos.

–No es el fin del mundo, Nadia–decía mi hermana y para mí lo era. Era el maldito apocalipsis.

–¿Qué haremos ahora? No, no. ¡No puede estar pasándome esto!

–Todo irá bien. Lo resolveremos. No eres ni la primera ni...

–¡No se lo cuentes a nadie! –interrumpí desesperada y rogaba que por primera vez me hiciera caso–. ¡Por favor!

–Deberías hablar con papá y mamá. Estoy segura de que lo entenderán.

–No. No lo harán. Mamá se ha cansado de decirme que me cuidara, que... ¡Dios! ¡Me matarán! –¿Es que acaso no los conocía? Me juzgarían. Lo sabía.

–No. Ya verás que no.

–Si la embarazada fueses tú, estoy segura de que hasta lo celebrarían. En cambio, yo... conmigo todo es muy distinto, Becca. Las dos lo sabemos muy bien.

A través de las grietasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora