Volver

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—¿Cómo estás, bonita?

Chiara Oliver mira la pantalla de su portátil y sonríe a Ruslana con los ojos encharcados. Desde que ha vuelto al pueblo, tiene las emociones a flor de piel y la invade una sensación de soledad tan grande, que siente que a su alrededor solo hay vacío.

—Bien —miente y vuelve a sonreír.

Ruslana, sentada junto a su marido Omar, cabecea mientras él chasquea la lengua contrariado.

—No tienes pinta de estar bien, Chiara —dice él—. ¿Cómo ha sido la vuelta?

—Dura —responde.

A Chiara no se le ocurre ninguna otra palabra que lo defina mejor.

—Pensaba que después de tanto tiempo sería diferente, pero me resulta muy incómodo estar aquí.
No lo soporto.

—Es normal —dice Ruslana—, te fuiste de allí hace demasiados años dejando atrás recuerdos muy dolorosos. Y volver a esa casa, no sé, Kiki...

—Ya, no ha sido buena idea.

Chiara mira a su alrededor sintiéndose una extraña en la casa donde vivió hasta los veinte años. Ha vuelto catorce años después y tiene la sensación de que ahí no hay nada para ella, de que todos sus recuerdos buenos estan enterrados debajo de unos tan malos que le resulta imposible hacerlos aflorar.

—No he deshecho la maleta, ni siquiera me he sentado en el sofá — confiesa tragando saliva mientras mira a sus amigos—. No debí volver.

—Sí que debías, Kiki, pero no a tu casa, joder —opina Omar contrariado—. Hace mucho tiempo que debiste deshacerte de ella. Véndela o la alquilas, y tú te buscas otro sitio para vivir.

—Sí, tal vez lo haga —dice pensativa.

—Claro que sí, mujer —la anima Ruslana—. Necesitas empezar de cero, y en esa casa no puedes, es imposible.

Chiara asiente sabiendo que su amiga tiene razón, cada vez que pasa por delante de la habitación que fue de sus padres, su cuerpo se estremece con un incómodo escalofrío.

–Y en el trabajo, ¿qué tal en la consulta médica? —cambia de tema Ruslana.

—Bueno —Chiara esta vez esboza una sonrisa sincera—, esto es un pueblo pequeño, ni por asomo se parece a lo que hacíamos en las misiones humanitarias. En los dos días que llevo solo he visitado a tres pacientes en la consulta y uno en domicilio. La verdad es que es un poco raro, pero me gusta, creo que necesito esa tranquilidad.

—Por supuesto que sí —corrobora Omar—, catorce años viajando de campamento en campamento hacen que uno se sienta realizado, pero esa vida agota.

—Que os lo digan a vosotros– dice Chiara y los tres se ríen.

Chiara llevaba cuatro años como doctora en misiones humanitarias cuando conoció a Ruslana en un campamento en el que ambas estuvieron ocho meses. Su amistad sincera surgió de inmediato y formaban tan buen equipo, que a partir de ahí solicitaron siempre los mismos destinos para trabajar juntas. Dos años después conocieron a Omar, dirigía la campaña de vacunación en uno de los poblados en los que ellas pasarían unos meses y acabó uniéndose al equipo. El amor entre él y Ruslana se fue fraguando poco a poco, con el paso de los meses, hasta que un año después, se casaron en una ceremonia dirigida por un chamán entre flores y rituales ancestrales que dejaron fascinados a los tres amigos.

El matrimonio no se interpuso en su trabajo y siguieron los tres juntos hasta que Ruslana se quedó embarazada hace dos años. Entonces decidieron que para ellos ya se habían acabado las misiones y era hora de volver. Chiara se quedó sola y se encontró como cuando empezó, al principio lo llevó bien, pero en los últimos meses comenzó a sentir que ella también necesitaba frenar, asentarse en un sitio y crear su propio hogar. Después de pensarlo mucho, tomó la decisión y empezó a mover hilos, hasta que el médico de Motril—el pueblo donde se crio–se jubiló y le ofrecieron ser la nueva médica de familia en el pueblo.

Kivi- One shots Donde viven las historias. Descúbrelo ahora