32.

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Rose.

Tan pronto lo vi supe que ese no era mi Rory. Antes, cuando éramos dos gallos peleando por el territorio y quién iba a ceder, él tenía la pinta de que nada le afectaba. Pero fui viendo otra versión: cautelosa, pero dispuesta a confiar. A ser un niño pequeño y divertirse con las tonterías más locas. Y los días que pasamos en la cama me acercaron a conocer niveles que cualquier otro nunca vería. Pero el que entró al apartamento como si todo fuese una simulación y estuviéramos en automático no era mi marido.

Llegó acompañado de Nash y del propio Liam. No había visto a mi esposo desde hacía dos días. Lo entendía: era parte de ser la esposa de un mafioso. Papá se perdía por semanas e incluso meses. Sin embargo, mi padre nunca llegó arrastrando los pies como si toda la galaxia estuviera en su espalda. Rory casi ni se movía, cada paso era un esfuerzo enorme y quizá hasta doloroso.

—¿Qué…? —Liam cortó mi pregunta moviendo su cabeza de un lado a otro.

—Necesita espacio, Rose. ¿Comprendes eso? —cuestionó en lugar de darme respuestas.

En otro momento me habría enojado con su tono condescendiente, pero hasta Liam parecía en otro mundo.

Sentaron a Rory en el sofá y Nash balbuceó hacia Liam de si era prudente dejarlo solo conmigo… estaba por indignarme, pero la voz de mi marido apagó el cuchicheo.

—Joder, no voy a perder la cabeza. Solo quiero puto espacio… —Pareció que un alfiler le pinchó el trasero al dar un brinco para quedarse de pie—. ¿Hace calor? ¿Está funcionando el termostato?

Él temblaba de coraje, sin embargo, el aire se calentaba con rapidez gracias a sus emociones. Billie no me contó gran cosa, solo que habían dado con los traidores. Imaginé que vendría destrozado o triste, pero ¿percibir la rabia por la forma en que sus fosas nasales se expandían? Su pecho subía y bajaba con tanta energía que temí que le diera un infarto…

Recuerdo cuando papá llegaba de esa forma a casa. Mamá ni siquiera se acercaba. Él se daba una ducha, se ponía su mejor colonia y se marchaba por días. Cuando crecí me enteré de que estaba en un club clandestino pagando por bailes privados. Seguro que teniendo sexo…

—¿No te molesta que se acueste con ellas, mamá? —pregunté en una noche de esas. Tenía quizá dieciocho años y me ofendía bastante cómo era su matrimonio. Era muy joven para comprenderlos, para juzgar una unión de conveniencia.

—Aprenderás, Rose. Lo que le sirva, que lo haga. Siempre que no sea yo la que reciba los golpes. Ni las cogidas violentas…

Ese recuerdo me trae al presente, en el que Liam y Nash discuten si deberían dejarlo conmigo. El motivo es que Rory ha lanzado el control remoto hacia la televisión. La misma está resquebrajada, con un cráter considerable en el lugar donde fue el impacto. Y, como si no tuviera suficiente de su ataque, camina en línea recta hacia la misma, la toma entre sus manos gracias a que no está empotrada, y la suelta con demasiada energía, terminando en el suelo. No cabe duda de que está más allá de enojado; sus zapatos negros y lustrados se estampan contra la pantalla una y otra vez. Su rostro está rojo y da la impresión de ser un perro rabioso por la saliva que expulsa con cada pisotón. Lo hace tantas veces que el marco del televisor se desprende del vidrio.

Los tres nos quedamos estáticos ante la situación. Es nuevo para mí, pero que ellos dos estén impresionados me da a pensar que esto nunca había pasado.

—Puedo con él —murmuro en lo que ellos toman a Rory por los brazos para alejarlo de lo que queda del televisor.

Liam y Nash me dan una mirada entre incrédula e irritada, seguro pensando que una chica como yo no puede controlar a un hombre. Pero el detalle es que las mujeres tenemos muchas armas de contención, y puedes llamarlo instinto de supervivencia, pero tenemos la habilidad de actuar de maneras increíbles para calmar situaciones de este tipo. Por supuesto, con personas que conocemos.

Herederos de sangre Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt