con los Villarreal Reyes no

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Pov Alejandra.

Mientras observaba la pelea de Ángela desde las gradas, mi corazón latía con fuerza con cada golpe que lanzaba y recibía. Ángela era mi hija adoptiva, pero en ese momento, en el ring, era simplemente mi hija, mi guerrera. A mi lado, Sofía, mi esposa y madre de Ángela, estaba tensa, sus ojos seguían cada movimiento con una mezcla de orgullo y preocupación. Ángela estaba dominando la pelea, su determinación era palpable en cada movimiento, pero algo en su mirada me preocupaba. Estaba cada vez más enojada, su rostro reflejaba una rabia que no había visto antes en ella. Cuando lanzó un golpe que casi noqueó a su oponente, vi la preocupación en los ojos de Sofía, y supe que algo más estaba sucediendo dentro del ring, algo que iba más allá de una simple pelea.

Vi cómo el árbitro levantaba el brazo de Ángela, pero no era una celebración. Era una descalificación. El rugido de la multitud llenaba el aire, pero mi atención estaba completamente centrada en mi hija. Salí del ringside con Sofía a mi lado, y seguimos a Ángela hacia los vestuarios. El corredor estaba tranquilo cuando llegamos, excepto por el sonido sordo de sus puños golpeando la pared. Mi corazón se apretó con preocupación al verla así. Nos acercamos con cautela, sintiendo la intensidad de su enojo. Era como si toda su frustración se manifestara en cada golpe. Sabía que algo más estaba pasando dentro de ella, algo más profundo que una simple pelea de boxeo.

El sonido metálico de los puños de Ángela golpeando la pared resonaba en mis oídos como un eco de su frustración. Mi corazón latía con fuerza, cada golpe era como un martillazo en mi pecho. ¿Qué estaba pasando con mi hija? ¿Por qué estaba tan enojada? Me sentí impotente, incapaz de entender lo que la estaba consumiendo por dentro.

Sofía y yo nos miramos con preocupación, compartiendo el mismo sentimiento de desconcierto. Ángela parecía un torbellino de emociones descontroladas, y no sabíamos cómo ayudarla. Con cada golpe, sus puños se volvían más rojos, más heridos, y mi corazón se encogía con el dolor de verla lastimarse así.

"No puedes seguir así, Ángela", le dije, tratando de calmarla mientras la abrazaba con fuerza, pero ella solo gritaba con más fuerza, como si el peso de su ira y su dolor fuera demasiado para contenerlo.

Sofía, con una mirada llena de determinación, se acercó y me dijo en voz baja: "Déjala ir, Alejandra. Necesita espacio para liberar todo esto".

Me costaba soltarla, pero finalmente lo hice, y en ese momento, el grito desgarrador de Ángela llenó la habitación, rompiendo el silencio con su dolor. Sus lágrimas brotaban como un río desbordado, llevándose consigo todo el peso de su angustia y su rabia acumulada.

Me sentí como si mi corazón se rompiera en mil pedazos al verla así, tan vulnerable y desesperada. Quería abrazarla y protegerla de todo, pero sabía que esta era una batalla que ella tenía que librar por sí misma. Solo podíamos estar allí para ella, para apoyarla y amarla en cada paso del camino.

Mientras Sofía comenzaba a vendar las manos de Ángela, yo no podía apartar mi mirada de su rostro, lleno de dolor y angustia. "¿Qué pasó, Ángela?", pregunté con voz suave, tratando de entender qué estaba sucediendo.

Sofía, con su habitual serenidad, se unió a mí en el intento de comprender. "¿Es por la pelea, cariño?" preguntó, sus ojos fijos en los de nuestra hija, buscando respuestas.

Ángela negó con la cabeza, y entre sollozos comenzó a contar lo que realmente había sucedido. "No, mamá. Es... es algo más. Samuel..."

Mi corazón se apretó con fuerza al escuchar el nombre de ese chico. Samuel había sido amigo de Ángela en algún momento, pero algo había cambiado. No pude evitar sentir un nudo en el estómago, presintiendo que lo que Ángela iba a decir no sería fácil de escuchar.

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