Addeline es una joven inquieta y con un alma insaciable, pero tiene un pasado trágico que no la deja seguir avanzando con su vida. Cuando cumple la mayoría de edad decide viajar con la idea de crecer y dejar las heridas del pasado atrás.
Esperance...
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Max se había levantado esa mañana con una chispa de emoción en los ojos, y aunque no me había dicho exactamente qué había planeado, podía sentir que era algo especial. Su energía era tan contagiosa como la de un niño pequeño o la de un cachorro juguetón.
Después de almorzar, dimos un paseo con Kai de camino a casa para que se quedara allí, al cuidado de Camille y Ethan, quienes lo recibieron con mucha emoción.
Luego de un rato de charlas con ellos, Max me tomó de la mano y me llevó a la calle.
—¿Una cita sorpresa? —pregunté, intentando sonsacarle alguna pista.
Él sonrió, esa sonrisa encantadora que siempre me derrite el corazón, y asintió.
—Sí, pero para llegar a ella, necesito que confíes en mí y que intentemos algo distinto. —dijo con suavidad.
Mi corazón se aceleró al darme cuenta de lo que eso implicaba, las señales eran obvias.
Miré el auto detrás de él y sentí un nudo formarse en mi estómago. Mis manos empezaron a sudar y un sinfín de pensamientos ansiosos comenzaron a inundar mi mente. Sabía que Max quería ayudarme a superar mi miedo, pero enfrentarme a esa pesadilla no era algo que pudiera tomar a la ligera.
había tenido un avance gracias a él, pero no podía dar más de eso.
—Maxie, no puedo... —empecé, mi voz temblorosa.
—Addie, confía en mí. —dijo con suavidad, apretando mi mano. —No dejaré que te pase nada malo.
Una batalla interna se desató dentro de mí.
Parte de mí quería dar media vuelta y correr, alejarme de la fuente de mi miedo, mientras que otra parte, más pequeña pero determinada, quería demostrarle a Max que podía hacerlo, que podía enfrentar mis miedos.
Porque además confiaba en él, confiaba en que nada malo me pasaría a su lado.
Respiré hondo y miré sus ojos, llenos de paciencia y amor.
—Está bien, lo intentaré. —dije finalmente, mi voz apenas un susurro que parecía no pertenecerme.
Max me guió hacia el auto y me ayudó a sentarme en el asiento del pasajero. Cada movimiento se sentía pesado y deliberado, como si estuviera caminando en medio de una tormenta. Me abroché el cinturón con manos temblorosas, y Max, notando mi agitación, colocó su mano sobre la mía, apretándola suavemente.
—Estaré contigo todo el tiempo, no lo estás haciendo sola. —me aseguró.
Arrancó el motor, y el sonido me hizo sobresaltar.
Cerré los ojos con fuerza, intentando bloquear el pánico que amenazaba con abrumarme. Él comenzó a hablarme en un tono calmado y constante, contándome historias de nuestras aventuras juntos, haciendo bromas para distraerme.
