XXXVII┇When pretty girls lie

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-Diana, ¿tienes un poco de tinta para prestarme? -Preguntó __________, pero su hermana la ignoró por completo. -Hey, Diana, te estoy hablando. -Pero está seguía sin contestarle. Su hermana mayor rodó los ojos y se dirigió a su compañera de banco. -¿Tillie, me prestas tinta?

-Claro, siempre traigo tinta extra. -Extendió un frasco cerrado, el cual su amiga agarró con cuidado y le agradeció por lo bajo, tratando de no hacer mucho más ruido y no alertar a la profesora.

Hacía varias semanas que habían dejado de utilizar pizarras en clase para empezar a utilizar plumas y tinte junto con hojas, y __________ aún no terminaba de acostumbrarse a llevar tinta a clases. Cómo siempre, no tenía muchas ganas de estar ahí, pero lo estaba, y trataba de prestar atención a clases. No era muy buena en algunas materias como matemáticas, aunque las ecuaciones eran bastante sencillas; pero para ella era natural sacar notas altas en clases como literatura, o geografía, que eran temas que ciertamente le interesan mucho más que los números, cálculos y problemas, porque para problemas ya estaban los suyos. Por eso, a pesar de su esfuerzo celestial por no dormirse en clases, terminó por disfrutar, como siempre, la clase de literatura. Leyeron uno de los tantos cuentos del libro cuya copia había llevado a Moody días antes.

Hundió la punta de la pluma, con cierta delicadeza, en aquel líquido negruzco. Dio unos golpes en el borde del cristal para sacar cualquier exceso que estorbara su escritura y procedió a escribir con una letra exagerada las respuestas. Movía con solemnidad la pluma por encima de la hoja, sin escatimar en los giros, las extremidades alargadas en las letras y una finura como de un título refinado. Tillie volteó a ver la hoja de su amiga, y con burla y suavidad, le susurró:

-Bonita letra...

-Fueron unos meses encerrada en la oficina de papá copiando la caligrafía de un libro de fuentes para escribir, Tillie. Envidiáme. -Le dijo su amiga de la misma forma, y ambas soltaron dos risas risueñas por lo bajo.

Diana apretó la mandíbula al oír la risita de su hermana mayor.

Estaba muy, muy molesta. Estaba muy dolida con su hermana por haberle hecho algo así, y mucho más lo estaba con Jerry. Fue una traición por parte de ambos; tan hiriente como un puñal atravesando su garganta. Tal vez incluso eso hubiera sido mejor que soportar lo que estaba pasando. Encerrada en su propia tormenta, sin ser escuchada, sin una disculpa que intentara, torpemente, enmendar las cosas, aunque una disculpa jamás bastaría para ella. Al menos ahí estarían la culpa y el arrepentimiento, y eso generaría en Diana una fina capa de satisfacción que serviría para cubrir su vergüenza al sentirse humillada. Pero el detalle era que, en realidad, no había disculpa que escondiera culpa o arrepentimiento, y Diana no se sentía satisfecha en lo absoluto. Seguía igual de dolida, tragándose su odio, y generando su propia rabia al oír la risa de su hermana, como si fuera inocente, como si ella misma no se estuviera muriendo de celos por dentro.

Diana terminó por romper la pluma que tenía en su mano, pues había ejercido una fuerte presión sobre ella. Un poco de la tinta que cubría la punta saltó en su vestido azul cobalto, manchando con una franja negra su torso y soltando un grito horrorizado que alertó a toda la clase.

-¡Oh, Diana! -Exclamó la señorita Stacy acercándose. -Ven, sígueme, te consiguieremos un nuevo vestido.

Los ojos de Diana se tornaron rojos y brillosos, a punto de echar un par de lágrimas, cuando oyó a la clase burlarse del accidente. Logró ocultar su tristeza cuando la puerta de la oficina de Stacy se cerró y pudo llorar en paz. Mientras los adolescentes reían como tontos en el salón, __________ se paró de su asiento y les gritó:

-¡¿Por qué no mejor cierran su boca?! ¡Fue un accidente, ¿qué no ven?!

La cabellera ceniza de Thommy Holland se paró entre el público, colocó una mano en su pecho y con una expresión afeminada y exagerada (en una obvia burla), le devolvió el grito con un acento forzado, imitando a una señora burguesa:

𝑴𝒚 𝑩𝒆𝒂𝒖𝒕𝒊𝒇𝒖𝒍 𝑳𝒂𝒅𝒚 | 𝐉𝐄𝐑𝐑𝐘 𝐁𝐀𝐘𝐍𝐀𝐑𝐃Where stories live. Discover now