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De regreso

Isabella 

Luego de caminar por la playa, llegamos a la casa, Max me dijo que alistará las maletas, nos teníamos que ir por qué según Camila estaba muy mal.

Y la entiendo, sé por lo que pasó, y no es nada fácil superar esas etapas. Al final yo nunca lo supere, solo lo dejé en el pasado y decidí ser feliz, pero de vez en cuando, tengo problemas, no todo es color de rosas.

Ya luego de empacar todo nos montamos en el avión, ya sin miedo me senté en mi puesto, y me quedé dormida, el viaje era largo y tranquilo.

Cuando llegamos a Alemania, al bajar del avión y por fin pisar el suelo, sentí un miedo grande. El miedo de encontrarme con ellos otra vez, no los quería ver ni en pintura.

<<Si yo supiera cuál es la vena que nos une, te juro que me corto>>

—Max...– le digo entre susurros.

—¿Qué pasa linda?– pregunta.

—¿Y si me los encuentro... otra vez?– mi cara era de preocupación, de miedo.

—Eso no va a pasar, vas a estar conmigo – me dice para calmarme – vas a tener guardias.

—¿Y si me pasa algo?– le pregunto.

—Mira, tendrás más de diez guardaespaldas, la casa está rodeada de pura seguridad, y mañana vamos a ir al doctor a ponerte un rastreador.

—¡No soy una perra!– le gritó.

—Es por tu seguridad Isabella.

No me dejó hablar, así que no seguí insisto, bajo las maletas y mientras íbamos bajando las escaleras, le iba pisando los zapatos a Max en forma de burla.

—Vas a hacer que me caiga.– dice cuando ya bajamos las escaleras.

—¿Ahora a donde vamos?– le pregunto curiosa.

—A la casa, Mañana al doctor y luego a ver a Camila.

Asiento y nos montamos en la camioneta.

Mientras íbamos de camino a casa, me puse hacerle preguntas a Max, ya me había cansado de contar árboles y no estaba Aless para jugar.

—¿Y cuántos años tienes? 

—25 años.– dice.

—¿Y sabes hablar español?

—Español, alemán, inglés y otras lenguas.

—¿Y entonces por qué no hablas en alemán?

—Por qué no me entenderías cariño.

—Dime algo en alemán.

–suspira– Du gehörst mir und niemand sonst.

<< Eres mía y de nadie más >>

—¿Y qué dijiste? – pregunto curiosa.

—Que eres una niña muy imperativa.

Le tuerzo los ojos para luego cruzarme de brazos, odiaba que me dijeran eso, sentía que era una persona insoportable, y por eso nunca tenía amigos, de pequeña mi madre siempre me regañaba por cosas idiotas, por eso me odio, por no ser la hija que ella siempre quiso tener.

—Ven, no te enojes. – Estaba sentada en su regazo, sintiendo su calor traspasar la fina tela de mi falda. 

Nuestras miradas se encontraron y el mundo exterior desapareció. Poco a poco, nuestras bocas se acercaron, apenas a milímetros de distancia, hasta que finalmente se rozaron en un beso suave. Sentí una corriente eléctrica recorrer mi cuerpo, intensificándose a medida que el beso se hacía más fuerte y profundo. Mis manos se aferraban a sus hombros, sintiendo la urgencia de nuestro contacto.

De repente, él alzó mi pequeña falda, y en un instante, todo cambió. Un torrente de recuerdos dolorosos me inundó, haciéndome retroceder. Me aparté bruscamente, sentándome de nuevo en mi asiento, con la respiración agitada y el corazón desbocado.

Él me miró, sorprendido y confundido.

—¿Por qué hiciste eso?– preguntó, con una mezcla de preocupación y desconcierto en su voz.

Bajé la mirada, evitando sus ojos. 

—Es solo que... se me vienen malos recuerdos –murmuré, tratando de mantener la compostura.

Las sombras del pasado habían vuelto, recordándome que no todo el dolor se olvida tan fácilmente. Él me miró por un momento, evaluando mis palabras, y luego, sin decir nada más, se inclinó hacia mí y me abrazó con fuerza. Sentí su calor y protección envolviéndome, y poco a poco, la angustia comenzó a disiparse.

Me mantuvo abrazada, su mano acariciando suavemente mi espalda en un gesto reconfortante. El ritmo constante del motor y la calidez de su abrazo me fueron adormeciendo, alejando los recuerdos dolorosos.

Antes de darme cuenta, mis párpados comenzaron a cerrarse y me quedé dormida, sintiéndome segura por primera vez en mucho tiempo. Cuando finalmente llegamos a casa, él me despertó suavemente, y con una sonrisa cansada, pero agradecida, le seguí adentro, sabiendo que, al menos por esa noche, los malos recuerdos no me alcanzarían.

—¿Sabes lo que le paso a Camila, cierto?–dijo rompiendo el silencio. 

—Sí... sé lo que está pasando, no es fácil – digo un poco triste.

—Quiero que hables con Aless, si es posible con todos– suspira –  cariño, no te quiero obligar a hablar, pero necesitan saber que es lo que está sintiendo ella ahora mismo.

Asiento levemente, el recuerdo de mi padre se hace presente en mi cabeza, y mi vista se pone borrosa, Max se da cuenta y me vuelve a abrazar. 

Fueron varias veces que mi padre puso sus asquerosas manos en mí. 

Y no solo mi padre...

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