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Casarse

Max

Estaba sentado en el auto junto a Isabella, el silencio entre nosotros era palpable. La había seguido hasta el café donde se encontró con su viejo amigo. No pude contenerme cuando vi que él se levantó casi gritando, así que me acerqué  llevándola fuera del lugar. Ahora, mientras conducía de regreso a la casa, mi mente giraba en torno a lo que acababa de suceder.

Cuando llegamos, Isabella rompió el silencio.

—¿Cómo sabías que estaba ahí? —preguntó, su tono era una mezcla de curiosidad y reproche.

—El rastreador —respondí sin rodeos.

Ella frunció el ceño y bufó.

—Esa cosa es tonta, podría quitármelo cuando quiera.

Me detuve en seco y me acerqué, mi mirada fija en la suya.

—No te atrevas —le dije en un susurro, cada palabra cargada de intención—. Eres mi pertenencia, solo mía, y no espero el momento para hacerte completamente mía.

Sus ojos se abrieron un poco más y, por un momento, vi un destello de desafío en ellos.

—¿Estás celoso? —me preguntó, inclinando la cabeza ligeramente.

—Solo es una advertencia para tu amigo —respondí, sin apartar la mirada.

Después de un momento tenso, me alejé y me dirigí a mi oficina. Necesitaba espacio para calmarme, pensar en lo que había ocurrido y lo que significaba para nosotros.

Isabella

Una vez que él se fue a su oficina, me senté en la sala, intentando procesar lo que había sucedido. No pasó mucho tiempo antes de que sonara mi teléfono. Era mi amigo.

—¿Estás bien? —pregunté al responder.

—No, no estoy bien. Ese tipo que entró... —dijo, refiriéndose claramente a Max.—, me amenazó. Dijo que me mataría y haría cosas horribles si me volvía a ver cerca de ti.

<< Por la virgen de las abdominales>>

Sentí un nudo formarse en mi estómago. Sabía que él podía ser posesivo, pero esto era una nueva escala.

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La voz de mi amigo estaba temblorosa y mi corazón se apretó con preocupación.

—Lo siento tanto —dije en un susurro, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. No sabía que haría algo así. Prometo que hablaré con él.

Mi amigo suspiró al otro lado de la línea.

—Ten cuidado, por favor.

Colgué el teléfono y me quedé sentada, la preocupación y la incertidumbre invadiendo mis pensamientos. Sabía que tenía que enfrentarme a él, pero no estaba segura de cómo.

Me dirigí a su oficina con el corazón acelerado. Sabía que necesitábamos hablar sobre lo que había sucedido. Toqué la puerta y entré sin esperar respuesta, encontrándolo revisando unos documentos.

—Tenemos que hablar —dije, cerrando la puerta detrás de mí.

Él levantó la mirada y asintió, dejando los papeles a un lado.

—Sé lo que vas a decir —empezó, pero lo interrumpí.

—¿De verdad? ¿Sabes que tu ataque de celos fue inaceptable? —Mi voz estaba cargada de frustración—. Amenazaste a mi amigo.

Se levantó de su silla y se acercó a mí, sus ojos oscuros con determinación.

<< Señor sálvame >>

—Lo hice porque te amo, porque no puedo soportar la idea de perderte.

—¡Eso no lo justifica! —grité, sintiendo las lágrimas arder en mis ojos—. No soy tu propiedad.

Él se detuvo frente a mí, sus manos agarrando mis brazos con firmeza pero sin hacerme daño.

—Eres mía. —murmuró antes de inclinarse y besarme con una intensidad que me dejó sin aliento.

<< Me perdieron >>

Sentí cómo mi resistencia se desvanecía, y antes de darme cuenta, él me levantó y me sentó en el escritorio. Sus manos subieron por mi cuerpo hasta mis pechos, acariciándolos con una ternura que nunca había experimentado. Por primera vez, no me sentí usada. Me dejé llevar, disfrutando de sus caricias, de la sensación de ser deseada y amada.

El sonido de alguien tocando la puerta interrumpió nuestro momento. Él no se detuvo, continuando con el beso, pero me separé lentamente.

—Ve a atender —le susurré, dándole un beso corto—. Estoy lista, pero necesito una sola cosa.

Me miró con confusión mientras bajaba del escritorio y salía de la oficina, dejándolo con una mezcla de deseo y preocupación en su rostro.

Max

La puerta se abrió y mi padre entró con su habitual expresión severa.

—Necesitamos hablar —dijo sin preámbulos.

—Adelante —respondí, intentando mantener la compostura mientras mi mente aún estaba con Isabella.

—Te tienes que casar en tres meses —declaró, sin dar espacio para objeciones.

Sentí una ola de frustración, pero intenté mantener la calma.

—Dame tiempo para hablar con Isabella —respondí—. Todavía no supera sus traumas y esas cosas.

Mi padre me miró con desaprobación, pero asintió.

—Tienes tres meses —dijo antes de girarse y salir de la oficina.

Me dejé caer en la silla, la conversación con Isabella y las palabras de mi padre girando en mi mente. Tenía mucho que resolver, pero sabía que lo haría por ella, por nosotros.

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A mí me perdieron sinceramente 🙊

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