Isabella
Al día siguiente, desperté antes que todos. El cansancio de la noche anterior, bailando afuera del estadio de Barranquilla, parecía haber dejado a todos muertos de sueño, pero a mí me quedaba energía de sobra. Me levanté y decidí aprovechar el silencio matutino.
Entré a la cocina, preparé café y sonreí al ver el sol colarse por las ventanas. Era un día perfecto, así que no podía permitir que nadie se quedara dormido. Encendí el parlante y busqué una playlist de música costeña. "Joe Arroyo, perfecto", pensé, y subí el volumen.
La primera canción que sonó fue "Rebelión". El ritmo vibrante llenó la casa. Empecé a moverme, bailando sola mientras esperaba que los demás despertaran. A los pocos minutos, se escucharon quejas.
—¡Isabella!—gritó Max desde la habitación—. ¿Qué es todo ese ruido?
Me reí mientras seguía moviendo las caderas al ritmo de la música y me acerqué a la puerta de su cuarto.
—¡Es Barranquilla! No hay tiempo para dormir! —le respondí con una sonrisa traviesa.
Max salió con el cabello revuelto y los ojos entrecerrados, aún medio dormido.
—Ya, pero... ¿tan temprano?
Le sonreí y tiré de su brazo, obligándolo a moverse al ritmo de la música.
—Si no te levantas a bailar, la música te va a arrastrar, —le dije, guiñándole un ojo.
A los pocos minutos, los demás empezaron a salir también. Los papás y los hermanos de Max aparecieron uno por uno, bostezando y estirándose. Pero en cuanto la música costeña los envolvió, comenzaron a moverse lentamente, contagiados por la alegría.
—Isabella, ya, dame un respiro, —dijo uno de los hermanos de Max, riéndose.
—Nada de eso, —le contesté—. Hoy nadie se queda dormido.
Después de unos minutos más de baile, logramos despertar a todos, y el ambiente se llenó de risas y pasos torpes. Max, a pesar de su cansancio, no podía evitar sonreír al verme tan animada.
Por la tarde, decidimos salir a conocer un poco más de la ciudad. Fuimos a la famosa estatua de Shakira. La brisa costeña soplaba suave y el ambiente estaba lleno de música y vida. Al acercarnos, notamos que un grupo de personas estaba bailando Mapalé, un baile tradicional costeño, justo frente a la estatua.
Me emocioné de inmediato. Amaba el Mapalé, y no podía dejar pasar la oportunidad. Uno de los bailarines me miró y sonrió, haciéndome señas para que me uniera al grupo. No lo pensé dos veces y me acerqué.
—¡Vamos, rubia, muestra tus movimientos! —gritó uno de los chicos del grupo, animándome.
Empecé a seguir el ritmo del tambor. El Mapalé es un baile lleno de fuerza y sensualidad, con movimientos rápidos y sincronizados. Cada paso requería que moviera las caderas con agilidad y que mis pies siguieran el compás marcado por los tambores. Mis brazos se alzaban y giraban, mientras mi cuerpo seguía la energía contagiosa del baile. Me perdí en la música, disfrutando cada momento, y pronto me di cuenta de que había llamado la atención de varios hombres alrededor.
Sentí las miradas, pero no les presté demasiada atención. Estaba disfrutando demasiado como para preocuparme. Sin embargo, cuando volteé, vi a Max con los brazos cruzados, observándome desde la distancia. Su expresión lo decía todo. Estaba celoso.
Los tambores seguían resonando y yo seguía bailando, pero podía sentir cómo la mirada de Max se hacía cada vez más intensa. Finalmente, terminé la secuencia del baile y me acerqué a él, sonriente y sin aliento.
—¿Te molestó que bailara? —le pregunté con una sonrisa traviesa.
—No—respondió, aunque su tono decía lo contrario—, pero esos tipos no dejaban de mirarte como si fueras una atracción.
—Solo estaba bailando, Max, —le dije, tocándole el brazo suavemente—. Es parte de la cultura.
—Conozco mil formas de matar a una persona y que parezca un accidente – me susurro – no me gusta compartir lo que es mío.
Le di un beso suave en la mejilla, sintiendo cómo su ceño se relajaba.
—Tampoco me gusta compartirte, pero estoy aquí contigo, —le susurré—, y solo contigo.

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🔥Amor En Candela🔥
RomanceLlevo marcas en la piel, invisibles al mirar, cicatrices que el tiempo no logró apagar. Candela, así arde el recuerdo, las llamas de un pasado que aún muerde por dentro. Fui prisionera de golpes, palabras y frío, un eco constante, un etern...