veduta coperta di neve

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Samantha no sabía cuánto tiempo había pasado desde que Dimitri la había dejado sola

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Samantha no sabía cuánto tiempo había pasado desde que Dimitri la había dejado sola. Estaba exhausta, el dolor y el agotamiento finalmente habían comenzado a desgastarla. La habitación estaba en completa oscuridad, solo rota por un leve parpadeo de la luz de una lámpara al otro lado de la puerta. Se acurrucó en el rincón de la cama, tratando de encontrar un respiro en medio del infierno en el que vivía.

Sus párpados pesaban y, a pesar de su deseo de mantenerse alerta, el cansancio la venció. Cayó en un sueño inquieto, un espacio donde la realidad y el subconsciente se mezclaban, trayendo consigo imágenes distorsionadas de Dimitri, dolor y sombras que parecían acecharla.

De repente, sintió algo en su piel, algo que no era el frío de la habitación ni el roce de la cama. Era una presión extraña, una mano ajena y áspera que recorría su muslo con una urgencia temblorosa. Abrió los ojos de golpe, desorientada, y se encontró con uno de los hombres de Dimitri, uno de los que solían escoltarlo y vigilarla desde las sombras. Sus ojos estaban llenos de una lujuria enferma y una sonrisa torcida manchaba su rostro mientras sus manos se deslizaban sin permiso sobre el cuerpo de Samantha.

—No te muevas, será más fácil para los dos —susurró el hombre, su voz ronca y cargada de un deseo repulsivo.

Samantha intentó gritar, pero el miedo la paralizó momentáneamente. Su cuerpo reaccionó por instinto cuando el hombre intentó forzar sus piernas abiertas. Sintió su corazón acelerarse mientras trataba de empujarlo, pateando con todas sus fuerzas, pero él era demasiado fuerte. Las manos ásperas continuaron explorando, arrancando el escaso control que ella intentaba mantener.

—¡Aléjate de mí! —gritó Samantha, su voz quebrándose por el pánico mientras golpeaba al hombre en la cara con su brazo libre. Él retrocedió momentáneamente, pero el golpe solo pareció enfurecerlo más.

El hombre la abofeteó con fuerza, el sonido del golpe resonando en la habitación mientras Samantha caía de lado, aturdida. Un sabor metálico llenó su boca, y la sangre goteó lentamente por la comisura de sus labios. Su mente luchaba por mantenerse enfocada, mientras las manos del hombre volvieron a su cuerpo, tironeando su ropa sin ningún reparo.

—¡No! ¡Déjame! —Samantha gritó, luchando con cada fragmento de energía que le quedaba. El hombre la golpeó de nuevo, esta vez con más fuerza, haciéndola ver estrellas mientras su visión se oscurecía momentáneamente.

La puerta se abrió de golpe, y Dimitri entró a la habitación con una calma inquietante, sus ojos avellana fijos en la escena que se desplegaba ante él. Se quedó quieto, con los brazos cruzados, observando mientras el hombre intentaba desnudar a Samantha a la fuerza. Sus labios se curvaron en una mueca de disgusto, pero no dijo nada.

Samantha lo vio, y por un instante creyó que Dimitri intervendría, que haría algo para detener al hombre. Pero Dimitri simplemente la observó, como si estuviera midiendo cuánto más podría soportar. Los ojos de Samantha se encontraron con los de él, buscando desesperadamente una señal de misericordia, de humanidad. Pero no había nada en su mirada más que una frialdad calculada.

El hombre continuó, logrando arrancar la camiseta de Samantha, dejando su piel expuesta al frío de la habitación. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, no por el dolor físico, sino por la humillación y la desesperanza. Se sentía completamente vulnerable, rota. Y Dimitri solo la miraba, inmóvil, como si todo esto fuera una prueba más de su dominio sobre ella.

Cuando el hombre se inclinó sobre ella, preparado para consumar su repulsivo acto, Dimitri finalmente movió una mano, sacando un arma de su chaqueta con la misma calma con la que había observado toda la escena. Sin vacilar, apuntó y disparó. El sonido fue ensordecedor en la pequeña habitación, y el cuerpo del hombre se desplomó sobre Samantha, su sangre salpicando su rostro y su cuerpo.

Samantha gritó, un grito desgarrador lleno de terror y repulsión mientras intentaba empujar el cuerpo sin vida del hombre. Su respiración era frenética, y sus manos temblaban mientras intentaba alejarse del cadáver que ahora yacía sobre ella, pesando como una carga infinita.

Dimitri se acercó lentamente, con la misma expresión inmutable en su rostro. Agarró al hombre por la camisa y lo arrojó al suelo, limpiando un poco de sangre de su propia chaqueta con un gesto de disgusto.

—No toques lo que no te pertenece —dijo, su voz helada mientras guardaba el arma—. Nadie toca lo que es mío.

Samantha se acurrucó en el rincón de la cama, su cuerpo temblando mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Dimitri la observó por un momento más antes de agacharse y recoger la camiseta rota, arrojándosela sin más.

—Vístete. —Su tono no dejaba lugar para la compasión—. Esto no cambia nada, Samantha. Solo recuerda… eres mía. Nadie más tiene ese derecho.

Samantha lo miró, sus ojos grises llenos de un odio puro, ardiente. No dijo nada, solo se cubrió con la prenda rota, tratando de calmar el temblor de su cuerpo. Dimitri se dio la vuelta y salió de la habitación, dejándola sola con el eco de sus palabras y el cuerpo sin vida a sus pies.

En ese momento, Samantha supo que no había lugar para la salvación. Estaba atrapada en un juego sádico del que no veía escapatoria, pero también entendió que, aunque Dimitri creyera tener el control, su voluntad seguía intacta. No era un juguete, no era una posesión. Era una mujer luchando por mantener su humanidad en medio del caos.

Y no importaba cuánto intentara Dimitri someterla, Samantha se prometió a sí misma que no se rendiría. No le daría esa victoria.

L'unico capoHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin