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El invierno se hizo más riguroso, y con él llegó la gripe estacional. Samantha, siempre conocida por su resistencia y fortaleza, cayó inesperadamente enferma. La noticia de su enfermedad corrió como pólvora entre la élite, quienes no podían creer que su implacable líder estuviera ahora postrada en la cama con fiebre alta y un resfriado desastroso.
En la mansión, el ambiente estaba inusualmente tranquilo. Samantha, envuelta en una manta, se quejaba de la incomodidad de su situación. La élite, normalmente acostumbrada a recibir órdenes, ahora se encontraba en una posición inusual: cuidar de la misma persona que los había entrenado con mano dura.
Luca, mientras preparaba sopa en la cocina, miró a Enzo con una expresión de asombro. —¿Recuerdas el entrenamiento de la semana pasada? Me parece que esto es una broma cruel del destino.
Enzo, que estaba revisando un termómetro, asintió con una sonrisa irónica. —Sí, ahora tenemos que cuidar a nuestra jefa como si fuera una niña pequeña. Quién lo diría, ¿eh?
Franco, que estaba organizando medicamentos, comentó con sarcasmo: —Quizás deberíamos añadir "cuidar a Samantha enferma" a nuestra lista de habilidades. Nunca se sabe cuándo una infección viral pueda ser una parte integral de nuestro entrenamiento.
En la sala donde Samantha estaba descansando, la atmósfera era completamente diferente. Samantha, con una expresión de cansancio y una tos persistente, miraba a sus subordinados que se afanaban en cumplir con su nuevo rol.
—¿Por qué tienen que ser tan... cuidadosos? —preguntó Samantha, con voz rasposa—. No estoy tan enferma como para necesitar toda esta atención.
Franco, mientras le daba un vaso de agua, bromeó: —Lo hacemos porque, a pesar de todo, somos una élite que cuida a su líder. Aunque, si nos dejaras en paz, podríamos hacerlo con menos dramatismo.
Luca, observando la pila de medicamentos sobre la mesa, comentó: —Nunca pensé que vería el día en que la mismísima Samantha James tuviera que tomarse jarabe para la tos. ¿Qué sigue, una sesión de mimos y cuentos antes de dormir?
Samantha frunció el ceño y luego, a pesar de su estado, intentó esbozar una sonrisa. —Si eso me ayuda a salir de esta cama más rápido, lo consideraré. Pero no me malinterpreten: cuando vuelva a mi estado normal, voy a hacerles pasar por un entrenamiento que nunca olvidarán.
Enzo, que estaba organizando los medicamentos y tratando de seguir el consejo del médico, agregó: —Sabes, Samantha, podríamos tener que inventar un nuevo entrenamiento para preparar a la élite para ser cuidadores de enfermos. ¡Una serie de ejercicios que incluyan la administración de medicamentos y la preparación de sopas!
Mientras la élite se encargaba de las tareas diarias, Samantha se encontraba entre risas y quejas. A pesar de la situación, no pudo evitar hacer comentarios sarcásticos sobre sus cuidadores.
—¿Seguros de que están haciendo todo esto bien? —preguntó con un toque de ironía—. No quiero tener que recurrir a mis habilidades de diagnóstico para ver si están haciendo el trabajo correctamente.
Luca, que estaba administrando el jarabe, se inclinó hacia ella con una sonrisa traviesa. —¿No te preocupes, jefa? Estamos siguiendo las instrucciones al pie de la letra. Si necesitas una evaluación, solo tienes que decirlo.
La atmósfera en la mansión estaba cargada de una mezcla de humor y alivio. La élite, a pesar de su inesperada responsabilidad, estaba aprendiendo a manejar la situación con un toque de ligereza. La dinámica entre ellos se había transformado, y los comentarios sarcásticos y las bromas eran un alivio bienvenido en medio de la gravedad de la situación.
Mientras Samantha intentaba recuperar fuerzas, el grupo hizo todo lo posible para mantener el ambiente ligero y soportable. Los intentos de cocinar, limpiar y cuidar de la líder eran recibidos con una mezcla de diversión y paciencia.
—Aquí tienes, Samantha, —dijo Franco, mientras le entregaba un plato de sopa—. Espero que esta sopa te devuelva un poco de tu vitalidad. Aunque no prometo que no tenga un toque de sarcasmo.
Samantha, al tomar un sorbo, esbozó una sonrisa débil. —Agradezco la intención, aunque si esto no funciona, ya sé a quién culpar. Pero por ahora, gracias por la “cura” a base de sarcasmo y preocupación.
Con cada día que pasaba, Samantha se recuperaba lentamente, y aunque su actitud seguía siendo sarcástica, su humor y fortaleza seguían presentes. La élite, habiendo pasado por la experiencia de cuidar a su líder enferma, estaba más unida que nunca. A pesar de las bromas y los chistes, había un sentido de respeto y camaradería que había surgido durante esta inusual situación.
Samantha, al final, no solo había recuperado su salud, sino también una nueva apreciación por el equipo que había aprendido a adaptarse a las adversidades de la vida en la mansión. Mientras se preparaba para regresar a sus rutinas habituales, sabía que, a pesar de sus desafíos, la élite había demostrado ser más fuerte y más unida que nunca.