6. Ábreme la boca y escupe dentro

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Nueva versión (2018)

Nota: Funk es un maldito contiene material sonoro en cada capítulo. Las canciones las puedes escuchar en su lista oficial en Spotify dando click en el enlace externo.





Capítulo 6

Ábreme la boca y escupe dentro


—Mierda, Alberto. No siento la puta cara.

Susurró Sid en medio de la oscuridad, escuchando los insectos de la noche y la profunda ausencia de cualquier otro sonido. No había más, salvo la oscuridad y un viento frío que entraba por alguna ventana. Estaba acostado, muriéndose de hambre y con el cuerpo latiéndole con fuerza, un golpe seco detrás de su cabeza que le hacía ver todo de color amarillo; anémonas de neón que se pintaban sobre el techo del cuarto. Y al cerrar los ojos, esas anémonas se desplegaron en más colores, girándole el panorama, abriéndole el pecho y ocasionándole náuseas.

—Cierra la boca, Sid... Duérmete de una vez por todas —murmuró Alberto, moviéndose en el sillón; el cuero como un chapoteo en un día lluvioso, cayéndole encima a Sid. Vaciándose en su cuerpo.

Habían salido de la fiesta de Funk, cargando a Sid porque ni siquiera sentía sus piernas. Condujeron hasta una heladería y tomaron malteadas en un parque, sentados entre la arena y la roca. Hablaron hasta quedarse sin voz y fumaron hasta que los ojos les ardieron. Cuando ya no tuvo más sentido seguir allí, cada uno se fue a su casa. Alberto acostó a Sid, le quitó la chaqueta de cuero que olía a porro, y arrastrándose por la ventana, el anochecer volvió.

Con la barriga vacía, Sid miró la oscuridad del cuarto y por primera vez, la noche se sintió familiar. Estaba dándole vueltas a los momentos que había compartido junto a Funk, a la forma en que su cuerpo se desplomó en el suelo; sus ojos retratados con otras luces, girando en sí mismos como un satélite.

No alcanzó a despedirse de nadie y estando afuera no vio que nadie se despidiera de él o saliera de esa casa. Los cuerpos de La Jauría quedaron retenidos como muebles o cuadros. Pesadillas bañadas de licor. Los vio abriéndose el hígado y bebiéndose su propia bilis. Sid ansío retratarse así, arrancándose quién sabe qué cosa del interior, cualquier vena llena de cianuro, para terminar de adormilarse, quedando ondulado como el trigo.

Pero no dormido. Por eso no podía quedarse en esa cama, escuchando los ronquidos de Alberto y reteniendo en su interior el rugido rojo. Se estaba escurriendo de esa cama, quedándose en silencio para no despertarlo, mientras ardía por dentro, sin ningún sonido que lo salvara. Nada más que el ruido del cuero, y los ronquidos de Alberto. Adentro de sí lo más hondo, un pequeño gato ronroneando, masajeándole las amígdalas como bolas de lana.

Disfrazó su energía de cansancio, esa ansiedad insólita buscando ser llenada a toda a costa, y cayó dormido, con las manos apretadas contra su pecho.

El engaño no duró, al otro día, en la tarde, con las piernas cruzadas, Sid decidió que iría a buscarlos. Conocía el lugar en donde La Jauría se reunía. Le sonrío a la luz del sol a través de la ventana, y a las pequeñas gotitas de lluvia que empezaban a repiquetear contra el vidrio.

—¿Qué te pasa? —preguntó Alberto.

—Nada...

—¿Seguro? Hace media hora estás sonriéndole a la ventana. ¿Ya te sientes mejor? ¿Me vas a decir que pasó?

Sid miró fijamente el moretón que llevaba en la rodilla izquierda sin recordar cuándo se había golpeado. Alcanzó de la mesilla de la sala un cigarrillo, lo prendió en silencio y soltó el humo mirando a Alberto.

Funk es un malditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora