18▼"A salvo"

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   Con una gran convicción sobre los hombros, Nerea y Jackson se apresuraron a buscar a la pequeña que estaba hablando como si fuera a morir en aquel instante. Gritó de pronto, pero fue silenciándose hasta convertirse en un susurro que se llevó el viento. Las palabras se habían ahogado después de aquel momento, en donde Nerea y Jackson se apresuraron corriendo al origen del grito que se encontraba al otro lado de la puerta siguiente posicionada en el rincón. Ahí, ambos compañeros dieron un golpe para abrirla. Cuando el silencio se vio herido por el estruendo, Nerea se abalanzó sobre el hombre que estaba justamente allí, de rodillas, intentando llevarse a una niña de diez años aproximadamente, pero ella parecía dormida. El hombre cayó al suelo, con un estrépito que resonó en el cráneo y tras haber derrotado a todos aquellos hombres, Michael levantó a la pequeña en brazos y, apartando un mechón del cabello sucio pero de un color fuerte en color negro dio un suspiro ahogado.

     —Es... Christy... 

   Nerea supo que estaba al borde de las lágrimas, pero sintió lástima por Jackson al mirar cómo su hermana estuvo al borde de la muerte. Al parecer, Christy sería la última víctima... pero ahora estaba a salvo, en los brazos de su hermano mayor. Cuando Michael se levantó con la niña en brazos, Nerea pudo mirarle fijamente a los ojos mientras el corazón le daba un vuelco al ver cómo sus iris se bañaban en el brillo de la melancolía. 

   Entonces, salieron. Con las piernas moviéndose a toda velocidad hasta llegar a la camioneta que estaba aparcada en la calle de enfrente. El viento estaba azotándoles el rostro, mientras el cabello bailaba sobre sus cabezas y el sol golpeaba sus cuerpos con todo su esplendor. Nerea había olvidado lo bien que se sentía salvar a una persona... más bien, jamás supo lo que significaba ayudar a un indefenso. Porque la última vez no pudo hacerlo. 

     —Yo conduciré. 

   Exclamó Nerea, rodeando el vehículo con rapidez. 

[...]

   Se habían instalado en un motel. Jackson sabía que no podían dar su identidad verdadera, así que preparo a dos personas falsas que supuestamente eran ellos. La señora y el señor Stanley que se trasladaron desde Londres a España, casados y con una hija. Aunque la recepcionista les miraba de un modo bastante extraño, tuvo que aceptar la mentira en la que estaba involucrada. Les entregó una llave, con el número 300 marcado en bronce y un extraño llavero que parecía una costumbre de la ciudad; un aro en color bronce que estaba rodeado de espadas de plata. Entonces subieron a la tercera planta y, al final del pasillo se encontraba cierta habitación sencilla.  

   Cuando entraron, el aire hotelero que poseía aquel lugar les inundó la nariz. Dentro, una habitación de tapizado color crema se alzaba hasta llegar a un pequeño candelabro sencillo, con dos piedrecillas que parecían elegantes a primera vista; poco a poco se costumbrarían a la luz amarillenta que despedía. Un sofá se posicionaba frente al televisor recargado en uno de los rincones sobre una extraña mesa de madera. A la izquierda, había dos camas gemelas separadas por una lámpara de noche. Y al fondo, un ventanal en forma de arco que sobresalía desde el suelo. Una segunda puerta se asomaba al baño. De todas formas sólo permanecerían en aquel lugar una noche, porque a primera hora regresarían a Nueva York, al parecer...

   Jackson dejó a su pequeña hermana sobre una de las camas gemelas. Después se sentó en la opuesta y se quedó allí, mientras Nerea dejaba su cinturón en una esquina de la habitación. Unos segundos después, se percató de que Michael estaba acostado sobre la cama, dándole la espalda a la puerta y el cabello desordenado, el estilo que le hacía verse bastante bien.

     —¿Por qué me tienes tanta confianza? 

   Preguntó la asesina mientras se acercaba a la cama. Michael no se movió, pero si escuchó cómo articulaba las palabras con el sueño cargado en los labios. 

    —Porque sé que no me harás daño. Tampoco a ella. 

   Maldita sea, tiene razón, pensó. Pero, ¿por qué no les hizo daño o escapó desde un principio? 

    —También sé que no matabas por diversión, o por instinto siquiera. 

   ¿Cómo sabía aquello? Al notar el silencio que Nerea guardó para sí, él también selló los labios. Aunque la asesina no podía verle el rostro, sabía que sus ojos estaban abiertos. 

     —Maté porque me tenían arrinconada. 

   Confesó mientras se sentaba en el sofá. Nerea no entendió el por qué le seguía contando aquello, pero supo que se sentía bien hacerlo. Tuvo las manos juntas sobre el regazo mientras se sentaba y eso le recordó cuando las esposas le presionaban las muñecas. La garganta se le vio obstruida, y los ojos le comenzaron a escocer. Nunca habló con nadie de aquello, tampoco era que pensaba hacerlo.

   Fue entonces que el peso frente a ella fue perceptible, porque Jackson estaba sentado a su lado, con las rodillas separadas y los codos sobre las piernas, mirándola como sólo él sabía analizar a las personas. Observó cómo los rizos le caían en los hombros y suspiró con pesadez. Ni siquiera se había percatado del momento en que él se levantó y caminó hasta el sofá. Tanto era el dolor que la cegaba. 

      —Cuando me negaba a hacerlo, llegaban las amenazas —Nerea miró hacia el suelo— cuando... creí que no me harían nada de lo que alegaban... —su voz se rebajó a un susurro dolido— lo mataron... 

   Su voz se ahogó con las palabras y una pocas lágrimas le inundaron las mejillas que ahora estaban rojas de vergüenza. Jackson no podía creer lo que veía... ¿acaso Bennett estaba siendo amenazada pero ni siquiera era una asesina?, ¿cómo demonios había pasado aquello?... llegó a la conclusión de que era la misma chiquilla que conoció cuando le enseñó a bailar. Mierda, me encanta, pensó Jackson con una leve sonrisa compasiva. 

    Sus dedos se arrastraron hacia los de ella y se envolvieron como una sola. El simple tacto con Nerea fue suficiente para saber que el corazón le palpitaba con tanta fuerza que le quemaba el pecho. 







Ella es mi Libertad × [Michael Jackson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora