27▼"El amor nos hará"

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   Bennett comenzó a pensar aquello con un poco más de detenimiento. Básicamente Michael le confesó en unas pocas palabras lo que sentía, porque era un hombre breve pero ocultaba detalles entre líneas. Una gran sutileza, que estaba haciéndole querer arrojarse al vacío de sus ojos ya. Entonces se miró reflejada en las cuencas de sus pupilas agrandadas en un tono obscuro que fácilmente podría caer perdida. Los labios le ardían y su mente se enredaba por sí sola en interminables nudos que no le dejaban aclarar sus emociones hacia él. Jackson dejó de apretarle el brazo y lo colocó tras de sí, sin tocarla, pero su cercanía le provocaba reacciones incontrolables. No retiraron el rostro, como esa vez hacía varios días, donde dieron lugar a un delicado beso inoportuno.

   —Si te beso ahora mismo, ¿qué sucederá después, o tal vez más adelante?

   Michael no pensó su respuesta.

   —El amor nos hará, tal como él quiera hacerlo. Me entregaré a ti y entonces comenzaran un par de vidas unidas que se juegan a su suerte.

   Nerea arqueó la ceja, pero tampoco pensó. Entonces le acarició el cabello, lleno de rulos que terminaban en sus hombros, sus dedos le rozaron la mandíbula, chasqueando la lengua y murmurando lo mucho que le extrañó en cuanto terminaron de bailar hacía varios años. Entre caricias alocadas y el cabello alborotado, la camiseta a cuadros que Jackson había guardado tocó suavemente el aire hasta caer al suelo, y así sucedió con todo lo que cubría sus cuerpos desdichados. Bennett se avergonzó de sí misma cuando se mostró ante él, con los huesos sobresaltando sus costillas y las clavículas marcadas con aire deprimente. Michael sólo pudo mirarle sin aliento por sus besos y sonrió para besarle los nudillos de la mano.

   —En cada defecto físico, creo firmemente que te faltan unos besos.

   Cada vez que él sonreía, Nerea comenzó a sentir que se ablandaba. No pensó en si eso era bueno para ella o malo para su orgullo, sólo se dedicaba a hincharle los labios a más no poder, a tenerlo marcado en cada uno de sus dedos y a mirarle fijamente los ojos vacíos llenos de brillo. Ella podría llenar ese cuenco negro en el alma que le entregó, con el cuerpo y el espíritu mezclado con el suyo en algo más que físico. Se dejó envolver en sus fornidos brazos, envueltos en una fina capa de sudor cristalino y jadeos gloriosos que le traspasaban la garganta en sinfonía con su mente desconectada. 

   Michael se perdió en sus caderas un par de minutos —quizá horas— después. Marcó los caminos de su cuerpo con los dedos de las manos, olvidando absolutamente cualquier otra cosa que en días pasados le causaron daño. Con el corazón dando tumbos fue como se derrumbó sin llorar, sin sollozar o sentirse hundida. Le sostuvo la espalda cada tanto, mientras alzaba la vista sin enfocarla. 

   Sus rizados cabellos cayeron sobre su frente, su mente en blanco le impulsó para besarlo una vez más, y supo que no sólo quedaba una oportunidad. Le acarició el rostro y todo lo que pudo y tuvo al alcance de sus manos, porque sintió que ahora él le pertenecía. Y ella también. 

   Le tronaron los huesos cuando se dio unos momentos para suspirar y cubrirse con la sábana. Michael tenía el pecho de todo menos quieto, con la respiración irregular mientras miraba al techo con expresión tranquila, como si estuviera muy cansado para hablar, pero igualmente feliz. Aunque estaba a su lado no dejaron de jugar con sus dedos bajo la frazada. Enredaban sus manos y se tocaban los nudillos, para después quedarse unidos un par de minutos. 

   Se dedicaron a dormir después de ponerse la ropa que iba debajo, muy cómodos para tener que acumular la ropa debajo de las mantas. Nerea le apoyó la cabeza en el cuello y olisqueó para memorizar la sensación de haberlo hecho suyo. 

Ella es mi Libertad × [Michael Jackson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora