El suicidio de la escritora frustrada.

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 La chica apagó el motor del Volkswagen

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 La chica apagó el motor del Volkswagen. Miró hacia afuera, en dirección al acantilado. Las rocas y el olor a salitre del Río de la Plata (tan lejano ahora) parecían llamarla, pero debía hacer algo antes. Cogió un block, un sobre, unas calcomanías, el bolígrafo del bolso y se puso a escribir.

Familia y amigos:

  Espero que lo comprendáis, pero al fin he tomado una decisión. LA DECISIÓN. No hay vuelta atrás. Ya que no me permiten ser escritora, al menos moriré como escritora: pretendo emular a Virginia Woolf. Por este motivo he diseñado la escena perfecta, pues mi muerte será el tema central, el punto culminante de la novela o del cuento. En dos palabras: el clímax.

  No tengo miedo. Es más, me regodeo al pensar en lo que ocurrirá después de que llene mi chaqueta con piedras y de que me sumerja en las aguas implacables, al igual que mi autora preferida. ¿Sabéis por qué? Porque seré libre, igual que Edmundo Dantés, el protagonista de El conde de Montecristo.

  ¿Qué será mi muerte, entonces? Arte puro, Literatura en mayúscula y en su más elegante expresión. Un esbozo sublime de lo que pudo haber sido si me hubiesen concedido la oportunidad que me merecía en vida, porque muerta me reuniré enseguida con los valientes que me precedieron.

  ¡Ah, el aroma de la tinta mientras deslizo el bolígrafo sobre este papel y los recuerdos de mi querido Montevideo! Me hace pensar en todas mis mañanas: el olor de los lápices y de las gomas que se cuelan a través de la cremallera del estuche; la suavidad de las hojas, impecables al salir del envoltorio, y que luego, un tanto ajadas, se amontonan escritas dentro de la áspera carpeta azul; el café cargado despertándome con su penetrante perfume; letras, rimas, sonidos, silencios, ideas, intriga, misterio, suspenso, finales, inicios, personajes secundarios que se rebelan, protagonistas que agonizan en un segundo plano...

  Dirán que me empujó la depresión, el abuelo entre los primeros. La depresión del tipo que sea y que esté de moda: siempre le achacan a ella la culpa de todo lo que nos sucede a nosotras. Palabrita fácil de pronunciar y que ahorra el esfuerzo de indagar en la verdadera causa. Es por esto por lo que me tomo la molestia de dejar escritas mis últimas frases para la posteridad. No quiero que le echen la culpa de mi muerte a la depresión.

  ¿Sabéis por qué? Porque tú eres el culpable. Sí, tú, Gordon Carrington, editorcillo de quinta. Sí, tú, ¿por qué te asombras? Me negaste la oportunidad de publicar mi colección de cuentos Más de cien años después, en homenaje al cumpleaños de Jorge Luis Borges. Sí, mis cuentos Mediocres, una triste imitación de los del propio Jorge Luis. Debió acceder a las fuentes en las que él se inspiró. No tienen arreglo, tírelos y empiece de nuevo. Al fin y al cabo de esto se trataba, de imitar su estilo en honor a él. ¿O acaso estamos todos locos?

  ¡Con el trabajo que me había insumido construir la enumeración caótica que describía la belleza de la luz de la luna sobre la superficie del mar! ¿No pudiste reparar, acaso, en mi pequeña disertación acerca de la ciudad de los que reencarnan, similar a la de los inmortales de Borges?

El suicidio de la escritora frustrada y otros cuentos (terminada).Where stories live. Discover now