Manicomio

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Hacía varios años que Hoyt no volvía a ese manicomio. Allí se encontraba su madre, la recordaba regordeta, mejillas coloradas, ojos rasgados pero a su vez no tan pequeños, de un color café con tonos dorados. Siempre mostraba una agradable sonrisa, los labios con un ligero color rosa, el pelo castaño recogido en una coleta, el cual se posaba sobra su hombro izquierdo, dejándose caer sobre sus senos. Pero la locura la llevó a un extremo incontrolable... Su hijo Hoyt, no tuvo otra opción que dejarla en el hospital psiquiátrico.

Al adentrarse en la sala de visitas, ansioso por reencontrarse con su madre, un frío recorrió su cuerpo al observar el lugar, no era, ni de lejos, como lo recordaba... La sombra invadía cada uno de los rincones de esa cuadrada sala, las ventanas que cubrían toda la pared de la izquierda, las cuales llevaban a un tenebroso bosque, estaban llenas de polvo, lo que producía que tan solo unos pocos rayos de sol alumbraran la enorme sala. Personas cadavéricas paseaban por los alrededores, el rojo papel que adornaba las paredes, estaba desgastado, y por varias partes, desgarrado, en el suelo había varios charcos, los cuales por el olor, era fácil descubrir que se trataba de orina.

Hoyt estaba muy asustado por cómo se encontraría a su madre. Y decidió sentarse en un apagado y sucio sofá verde oscuro, para esperarla. Tras esperar varios minutos, una enfermera le acercó a una persona mayor, extremadamente delgada, el pelo alborotonado, la piel muy blanca, en su mirada se podía observar terror, los ojos sobresalían de sus cuencas, rodeándoles unas oscuras ojeras, la boca la abría y cerraba, parecía que intentaba decir algo pero el habla no respondía a sus llamadas, y con los ojos llorosos, reconoció a su hijo al instante, y se abalanzó sobre él dándole un fuerte abrazo.

En aquel momento, oyó una voz a sus espaldas, se giró, y era su padre, que no sabía nada de él desde hacía muchos años, pero un terror provocó erizarle todos los vellos, tras un momento de shock recordó que su madre la invadió la locura, tras la muerte de su padre. Era tal el miedo que invadía el cuerpo de Hoyt, que se giró para preguntarle a la enfermera por la presencia de su padre, pero ella, con una escandalosa sonrisa y grandes ojos azules, tan solo lo observaba, al igual que todos los enfermos mentales del lugar, todos permanecían paralizados y sonriéndole a Hoyt, no entendía nada, su madre se encontraba de la misma forma, no reaccionaba.

En las paredes empezaron a verse unas enormes grietas que llegaban del techo al suelo, una enorme lámpara de araña que se encontraba en el centro, comenzó a tambalearse, todos seguían inmovilizados, y Hoyt decidió salir corriendo a la salida. Al abrir las puertas tan solo se encontró con una pequeña sala blanca, y en ese instante, una enfermera lo empujó dentro, y seguidamente lo dejó encerrado. Él no paraba de gritar y de golpear la gruesa puerta.

En ese instante, unos pasos alertaron a Hoyt tras la puerta, ésta se abrió, y entre varios enfermeros lo paralizaron con esposas en la cama, él hacía bruscos movimientos para poder huir, pero le era imposible. Una enfermera le sujetó la cara y le dijo:

—Tranquilízate, Hoyt, te han vuelto a dar los ataques de furia.

Al pobre hombre, le dio un tiempo comprender que llevaba diez años encerrado en esas cuatro paredes, y al quien le invadía la locura por la muerte de su padre, no era a su madre, sino a él.

Lágrimas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora