La discoteca del olvido

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Estábamos en una de las discotecas, que aunque era de las más desconocidas de la ciudad, era cierto que era de las más baratas. Nos encontrábamos junto con mis mejores amigos, dándolo todo en la pista de baile a la vez que la camarera, tan simpática, nos invitaban a varias rondas de chupitos gratis. ¿Quién se negaría a eso? Pues lo cierto es que esa noche no debería haber aceptado. Primero una ronda, luego otra, al cuarto de hora otra... Ya ni recuerdo las que llevábamos. Mi único objetivo era olvidarme del desgraciado que me destrozó el corazón, y no solo una vez, sino cientos y las que desconozco. "Eres tonta" era una de las muchas frases que me repetían mis amigos una y otra vez. Pero no puedo evitar renunciar a mis sentimientos y emociones. El amor no se elige, solo nace y es difícil hacerlo desaparecer en momentos así. Siempre me engatusaba para terminar haciendo lo que él quisiera. Y todas las noches se marchaba de casa sin razón alguna, que no fue hasta al año y medio que me enteré por terceras personas que había estado con otras a mis espaldas. Decidí dejarlo y me fui de regreso a vivir con mis padres. Pero no fue hasta un par de semanas, que se encajó en mi casa, muy arrepentido con un peluche y un ramos de flores, pidiéndome perdón por todo lo que me había hecho, y yo como masoquista que soy, no dudé dos veces en volver a enjaularme el corazón, sorda de todas las cosas que familiares y amigos me decían. Para mí, en ese momento volvía a ser el mismo chico divertido y extrovertido que conocí hacía cuatro años atrás en la feria de mi pueblo, tras tropezarnos en una caseta y derramarle todo el cubata en la camisa con estampado de flores. Era como en las típicas películas americanas. En ese instante, acompañado de un choque de miradas, algo nos unió, quizás sus ojos verdes me atraparon, o su sonrisa pícara. Estaba segura de que llegaría a ser el amor de mi vida. En esa misma noche que nos conocimos, la llama del placer se encendió, acabando en su coche en un parking un poco apartado. Era mi primera vez, y no me arrepentía en absoluto, puesto que sabía que estaríamos juntos para siempre. Íbamos todos los días al paseo, o a los centros comerciales; mínimo una vez a la semana nos adentrábamos en el cine, donde lo que menos hacíamos era ver la película. A los cuatro meses de noviazgo, me di cuenta que algo extraño ocurría en mí. Estaba embarazada. Con tan solo diecinueve años. Pero estaba decidida a criarlo, ya que él era perfecto. Al año siguiente, viviendo juntos en una casa, tuve que abandonar el bachillerato para dedicarme a mi pequeño Iván que acababa de nacer. Tan juguetón y simpático. Mis padres estaban entusiasmados con él. Y todos estábamos muy felices con la familia que estábamos creando. Entonces pasado unos meses, fue cuando llegué a enterarme que todas las noches que se marchaba sin decir nada, no era por asuntos de trabajo como algunas veces me explicaba, sino para acostarse con otras, siendo ahí la primera vez que discutimos más fuerte y también cuando me fui a casa de mis padres, con mi pequeño, un tiempo, tal y como conté antes. Entonces me volví a vivir con él tras regalarme ese gracioso perrito de peluche y ese hermoso ramo de flores. Y esa fue de las peores decisiones, por no decir la peor, que he elegido en mi corta vida. Desde entonces todo fue decayendo y decayendo. Lo que en principios eran unas porfías, más adelante llegaron a convertirse en insultos, y alguna que otra vez empujones. Pero nunca llegaba a hacerme daño, si a físico me refiero. Iván estaba el pobre creciendo entre medio del alboroto y las discusiones ocasionadas por su maleducado padre y su inepta madre. Por culpa de él dejé de lado a mi familia y a gran parte de mis amigos, solo seguía a mi lado uno, el que siempre me había acompañado. Aunque siempre que me hablaba empezaba a echar mierda de mi futuro marido. Porque sí, olvidé mencionar que estábamos comprometidos. Un día que llegué del trabajo de lavaplatos, que conseguí gracias a él que llevaba al mando el bar donde yo trabajaba, antes de lo normal a nuestra casa, es de esperar con lo que estuve a punto de encontrar. La camarera del bar, una simpática mujer con falsa sonrisa siempre por dónde camina, me la encontré en ropa interior en mi sofá. No tardó ni diez segundos, que de la puerta del baño salió el padre de mi hijo, en calzoncillos. Lo primero que pensé fue en mi pequeño, Iván. Me indicó con la cabeza su dormitorio, y no dudé en entrar, estaba durmiendo, lo desperté y me lo llevé, sin siquiera decirle adiós. Volvimos a casa con mis padres, quienes me acogieron sin problema alguno.

Esa misma noche avisé a mi amigo de lo ocurrido, y decidimos salir para despejarme. Adentrándonos en la discoteca que comenté antes. Ya llevaba gran cantidad de chupitos invitados por la camarera, como dije con anterioridad. La fiesta seguía perfecta, aunque aún con el corazón hecho añicos, pero parecía que el alcohol como si pegamento se tratara pegara cada uno de los trozos en los que éste se dividió. La pena se estaba yendo. Volvía a sentirme como una joven de dieciséis años, con diferencia de que ahora tengo veinticinco. Al menos el plan de olvidarme de él estaba funcionando. Un momento en el que mi amigo se fue al baño, en el centro del local, donde todo el mundo se apelotonaba, pude destacar la silueta de un joven y atractivo hombre. Me miraba. No dudé en acercarme mientras me balanceaba a causa de los efectos del alcohol. Como robots controlados por máquinas, empezamos a bailar, sin ni siquiera decirnos "hola". Me ofreció beber de su copa que llevaba en la mano derecha, la cual controlaba con gran equilibrio para no dejar caer ni una gota. A lo que yo amablemente ascendí con la cabeza. Y más arrepentida no pude de estar al aceptar de ese extraño hombre. No tardé mucho en sentir una presión en la cabeza, las piernas empezaron a flaquearme, la visión la tenía borrosa, y apenas podía escuchar nada. Me desplomé sobre los brazos del misterioso hombre. Su colonia. Con tan solo el olor pude descubrir de quién se trataba. "Tú..." fue lo único que pude decir. A lo que me respondió "No te preocupes por Iván, estará bien con su nueva madre". Y en ese mismo instante perdí la consciencia posando mi rostro sobre su pecho. El corazón empezó a ralentizarse, pude notar mi respiración agitada a la vez que tenue. Fue en ese mismo momento cuando no pude sostener los brazos y las piernas resbalaron sobre sí mismas. No me respondían. Y él, cuidadosamente, me dejó tirada en la pista de baile, entre medio de toda la muchedumbre, sin percatarse hasta el cierre de la discoteca, de que se encontraba un cadáver entre la gente.

Lágrimas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora