El coso de la muerte

29 1 2
                                    

¡Que días tan alegres eran aquellos en los que correteaba con mis hermanos por el prado, mientras mis padres me observaban bajo la sombra de ese enorme árbol! Éramos tan felices... Fue entonces, cuando unas extrañas criaturas atraparon a mi padre, y seguidamente, se lo llevaron a no sé dónde... Siempre deseé que volviera y pudiéramos jugar con él tal y como hacíamos cuando éramos más pequeños. La tristeza de mi madre se le podía observar en sus oscuros ojos, fue entonces cuando me di cuenta que algo no iba bien.


Pasaban y pasaban los días, y mi padre aún no volvía. Mi madre ya se dio por vencida, nos dijo que ya no volvería, pero que está en un lugar mejor, nos comentó que ahora era feliz. Pero no tardé en enterarme, por parte de mis amigos, que en realidad se lo llevaron para matarlo.


No me lo podía creer, era imposible, según me explicaron mis padres cuando apenas teníamos dos años, solo se puede matar a los que realizan cosas malas, pero yo estoy muy seguro que mi papá no se atrevía a hacer el mínimo daño, como por ejemplo aquel día en el que por el prado paseaba un grupo de pequeñas criaturas, todas ellas parecían temer a mi padre, temían acercarse a él, fue entonces cuando sé acercó poco a poco a ellas, con la mirada abajo, y esas pequeñas criaturas comenzaron a acarizar su brilloso y oscuro pelaje, fue ahí cuando nosotros decidimos acercarnos y acompañarlos, esas pequeñas criaturas jugueteaban con nosotros... Pero pasado un rato, comenzamos a escuchar unos gritos, entonces las criaturas se fueron corriendo, y nunca más volvimos a saber de ellas.


Ya pasaron los años, conseguimos a darnos cuenta que ya nuestro padre se había ido y decidimos rehacer nuestras vidas... Yo constaba de una fuerte musculatura, hasta e incluso me hice muchos nuevos amigos, y llegué a conocer al amor de mi vida. Éramos muy felices, y tuve un hermoso hijo, muy juguetón, por cierto. Pero algo nos tenía que quitar la alegría... Esas extrañas criaturas que se llevaron a mis padres, volvieron, decididos a atraparme. Yo hacía bruscos movimientos para poder soltarme, pero me era imposible.


Tras varios minutos de oscuridad, llegamos a un lugar, donde me hicieron pasar por unos estrechos pasillos, por los cuales me costaba cruzar por mi ancho cuerpo, mientras iba por el camino, desde arriba me lanzaban cubos de agua y me daban con largos palos, empecé a sentir furia en mi interior, tenía una enorme gana de matarlos a todos, y sobretodo vengarme de mi padre.


Llegué al final del camino, unos gritos retumbaban mis oídos, pasado un rato, abrieron la puerta que se encontraba delante de mí, la luz del sol me cegaba, me costó adaptarme, eso era como un prado en los que vivía, solo con la diferencia de que no había hierba, y estaba todo cerrado, cientos de esas criaturas se reían y disfrutaban, los cuales iban acompañados de criaturas pequeñas, algo me sobresaltó entre todos ellos, pude verlos... Sí, mis ojos no me engañaban, ahí estaban observándome las pequeñas criaturas con las que jugamos cuando yo era pequeño, se les veían más grandes, pero los rostros eran inconfundibles. Dentro de ese prado de arena, había una criatura, la cual me observaba con desafío, no sabía cómo me tenía que comportar al respeto, y ni cuál era mi objetivo ahí... Pero me vinieron recuerdos de todo lo que me hicieron antes de llegar ahí, y quise cumplir mi deseo, el de matarlos a todos, pero empezando por el del medio. Me abalancé sobre él, pero era muy ágil, conseguía siempre esquivarme, yo por mi gran peso, me era casi imposible girarme con rapidez, estuvimos así durante un largo tiempo, dábamos vueltas y vueltas y vueltas, mientras todos alrededor disfrutaban... ¿Por qué? Esa era la pregunta que me invadía en todo momento... El cansancio se apoderó de mí, ya apenas podía correr, pero fue entonces cuando esa criatura mostró un arma puntiaguda, la cual me introdujo en la espada, no me la podía quitar, sí más me movía, sentía que se introducía más en mi interior, me era imposible quitármelo, me llené de furia, quería matarlo, pero me siguió introduciendo más y más de esas armas. Un dolor extremo hacía que me inmovilizara por completo y caí rendido en el suelo, no paraba de escupir sangre, todo el amarillento suelo se tiñó de un rojo oscuro. Todos seguían alegres, pero no me rendía, conseguí levantarme como pude, me abalancé sobre él, y fue entonces cuando cambió esa arma por una aún más afilada y larga, y me la introdujo por completo, haciendo que me caiga al instante, ahora sí que me era imposible moverme. Los ojos se me cerraban, y se me apareció la imagen de mis padres bajo el árbol, y todos mis hermanos y yo correteando por los prados, éramos tan felices... Al menos espero encontrarme con mi padre y pedirle perdón por no haber conseguido matar a su asesino.



Lágrimas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora