Pokémon Go

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Michael no era la persona más sociable del universo. Todos sabían eso. Tenía un amigo y dos personas con las que se hablaba de vez en cuando. Luego nadie más (si no se cuenta a sus padres). De hecho Michael era tan poco sociable que sus padres contaban como mejores amigos para él. Así que cuando su madre lo llamó entusiasmada por teléfono, no fue una sorpresa. Lo que sí fue una sorpresa era de lo que quería hablar.

—Michael, Michael—la voz aguda de su madre retumbó en la cocina ya que el nombrado había puesto su teléfono en altavoz. Se encogió por el dolor que esto le causó en los oídos y tomó el celular de la mesa, quitando el altavoz y acercándolo a su oreja mientras que con su otra mano abría la heladera.

No alcanzó ni a gruñir una respuesta porque su madre volvió a hablar.

—Ese juego al que juegas... ¿Puccamongo? ¿Pekemongo?

—Pokémon Go—corrigió Michael mientras observaba el interior de la heladera, que estaba vacía a excepción de una jarra de jugo de higo que Michael odiaba.

No se molestó en decirle a su madre que en realidad no jugaba al Pokémon Go por el simple hecho de que no estaba disponible en Australia, cosa que tenía al adolescente más frustrado de lo que alguna vez había estado.

—¡Ah, eso! Bueno, el hijo de Eleasa justo atrapó a Bolbesor.

—¿Eh?—murmuró confundido Michael, tampoco diciéndole que el nombre del Pokémon era Bulbasaur.

—El vecino, Michael—aclaró su madre como si no estuviera diciendo una sarta de incoherencias—. El hijo de Eleasa pudo descargarlo y me dijo que también podés descargarlo.

El chico cerró la heladera de un golpe y se detuvo en medio de la cocina con los ojos abiertos y una mano en el aire.

—¿Puedo descargar el Pokémon Go?—preguntó, su voz salió unas octavas más aguda.

—Si, solo debes ir al espejo... No, no. A la tienda de Google... No, tampoco. Espera—se escuchó que su madre hablaba con alguien y luego unos golpes—. Mira, acabo de mandar al chico para casa, así él te explica.

—¿A casa?

A Michael no le gustaba la idea.

—Si, Michael, a casa.

El chico cortó la llamada y se pasó una mano por el cabello teñido de azul. Eleasa era una amiga de su madre que trabajaba en la administración del edificio donde vivían y tenía un hijo de la misma edad que Michael, sin embargo él nunca lo había visto ya que prácticamente solo salía de su casa para ir al colegio.

La casa de Eleasa quedaba solo un piso arriba y saber que dentro de unos segundos iba a haber un chico golpeando su puerta le disgustaba bastante. La gente normalmente no se llevaba bien con él.

En el mismo momento en que Michael caminaba hacia la sala, sonó el timbre de su casa. Se mordió el labio y abrió la puerta  sin saber lo que esperar. Del otro lado de la puerta había un muchacho rubio un poco más alto que él, tenía una piercing en el labio y ojos azules, le estaba sonriendo con amabilidad, haciendo que se le marcara un hoyuelo en una sola mejilla.

—Hola. Michael, ¿no?—preguntó.

El teñido salió de su trance e hizo un esfuerzo por sonreirle.

—Si.

—Soy Luke. ¿Puedo pasar?

—Si.

Decretando internamente que a partir de ese momento comenzaría a hablar con algo más que monosílabos, dio un paso al costado para que el lindo vecino que venía a instalarle el Pokémon Go entrara a su casa.

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