Archivo no. 001

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—Federal Bureau of Investigation, ¿en qué podemos ayudarle? —respondió una voz femenina al otro lado de la línea.

—Buenos días señorita —el tono del hombre temblaba débilmente—. Solamente cumpliré mi deber como buen ciudadano diciéndole que alguien acaba de plantar varios objetos de aspecto extraño en el edificio en construcción que está entre la 54 y la 37. Podría jurar que se trata de bombas. Los culpables aún están ahí dentro, si se apresuran pueden llegar a evitar una catástrofe.

—Disculpe, ¿quién es usted? ¿Tiene alguna forma de verificar esa información?

—Señorita, no hay tiempo. Tienen que venir ahora o... Maldición, me acaban de ver. ¡No, por favor, se lo ruego no...! —el sonido de una ráfaga de disparos cruzó el aire antes de que la línea cayera muerta.

Isabella apagó el cassette donde había reproducido la voz y esperó. Su amigo actor había hecho un excelente trabajo. Ojalá le dieran pronto el papel que tanto quería en Broadway, pensó distraída.

El edificio no estaba demasiado alejado de las oficinas del FBI en Nueva York. Aparte de los paquetes pegados a varios de los pilares en los que se apoyaba y ella misma, estaba completamente vacío. No pasó mucho tiempo antes de que el sonido de las sirenas de policía llegara a sus oídos.

—Trece minutos —murmuró, aunque no hubiera nadie para escucharla—. Se están poniendo lentos.

A medida que el sonido se intensificaba hasta casi volverse insoportable, se acercó al centro de la habitación y se arrodilló lentamente, doblando con cuidado los brazos y colocándoselos detrás de la cabeza, justo por debajo de su cabello recogido con suma pulcritud.

—¡No se mueva! ¡Las manos arriba, donde pueda verlas! —la dura voz del policía enmascarado retumbó en el lugar, así como el sonido de los pasos de muchos otros entrando en el edificio.

Ella le dirigió una mirada irónica, después de ver el larga arma que llevaba y las brillantes letras amarillas sobre el chaleco antibalas.

—Las bombas están solamente en el segundo piso, y son tan fáciles de desarmar que hasta el más nuevo de su equipo de Desarme de Explosivos podría con ellas.

—¡Silencio! —le ordenó el hombre. A pesar de eso, tomó su radio y transmitió un mensaje al resto de las unidades. Acto seguido volvió a mirarla.

—¿Dónde están los demás?

—¿Los otros agentes? Supongo que la mitad está concentrándose en las bombas, un cuarto revisando el resto del lugar por si acaso les hubiera mentido, y los restantes...

—Me refiero a sus cómplices, ¿donde están? —acompañando a sus palabras al menos media docena de policías más entró en la sala y apuntó con sus armas a Isabella.

—No hay nadie más. Sólo estoy yo —afirmó.

Después de eso la situación se tranquilizó. Los hombres no dejaban de apuntarle con sus armas y vigilar cada uno de sus movimientos, pero no volvieron a dirigirle la palabra.

"Están esperando órdenes para saber que hacer conmigo", pensó Isabella.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó al que había llegado primero.

—Tiene derecho a guardar silencio —contestó seco.

—Aún así, me gustaría saber tu nombre —suplicó. Sabía que no daba la impresión de ser una criminal, pero comprendía la aprensión del agente. El hermoso traje de blusa y falda de seda plateada ceñido a su cuerpo y sus brillantes zapatos altos le daban más el aspecto de la directora de un banco que de una psicópata obsesionada con los detonantes. Al ver la impasibilidad del agente, Isabella pensó que no obtendría una respuesta y volvió a bajar la mirada al piso. Sin embargo, se equivocó.

—Jeremy —escuchó después de una pausa—. Me llamo Jeremy.

—Bueno Jeremy, deberías sentirte orgulloso —dijo sonriendo—. Eres el primer hombre que ha conseguido que me ponga de rodillas después de dieciocho meses.

La Consultora del FBIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora