Caso Rommy Pt. 1

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Ronald comenzó a conducir con premura sin dirigirle la palabra a Isabella. A los pocos minutos el teléfono vinculado al auto comenzó a sonar.

–Señor, soy yo, Marcus. En este momento le estoy enviando a su teléfono toda la información que encontré sobre el senador Murphie.

–Gracias Marcus, estaremos allá en seguida -respondió Carter.

–Un detalle que me pareció interesante, el senador debería estar en Washington considerando lo próximo de la siguiente votación, pero acaba de realizar una viaje exprés a Nueva York por el cumpleaños de su hijo. Casualmente se encuentra en su residencia en estos días, ya les mandé la dirección.

–No es casualidad –murmuró Isabella para si misma después de que Carter terminara la llamada.

—¿Disculpa?

–En este negocio, nada es casualidad. Todo está conectado –continuó ella mirando por la ventanilla.

–Bueno, ¿te importaría ponerme al tanto de la situación? Apenas me enteré ayer en la tarde del nuevo caso que teníamos entre manos –dijo con sarcasmo tendiéndole su celular.

–Tuvo toda la noche para preparar sus movimientos, es más que suficiente. Déme seis horas y puedo hacer el mundo arder, agente –sonrió ella sin hacer caso del intento de Carter por hacerla enojar.

"Elijah Murphie, recién electo el ciclo pasado por el estado de Nueva York, pertenece al partido demócrata. Es el senador más joven de la historia del estado, famoso por su carisma y dotes de orador. Graduado de Harvard, primero de su clase, conoció a su esposa Ellen gracias a unos amigos en común. Tienen sólo un hijo, Steve, de seis años, que acude a una escuela primaria privada desde hace dos. Murphie ha estado recientemente en el ojo del huracán debido a sus polémicas declaraciones sobre la portación de armas y los derechos de los animales."

-¿A qué se debe? –cuestionó él sin despegar la vista del camino.

–Aparentemente, es demasiado conservador para los liberales, y no lo suficientemente liberal para los conservadores –Isabella se encogió de hombros dejando de leer. Nunca se había interesado en política más de lo necesario–. Antes de eso, nunca se ha visto involucrado en ningún tipo de escándalo, del tipo Lewinsky o de cualquier otro. El hombre parece un santo en los medios.

–Estamos a punto de comprobar que tanto hay de verdad en eso –dijo Carter estacionando el auto frente a una enorme mansión en una lujosa parte de la ciudad.

No les pasó desapercibida la cámara de seguridad en lo alto de la reja que rodeaba la casa, pero el hombre se limitó a tocar el timbre como si se tratara de una visita social. Una voz les contestó desde el interfono.

—¿Diga?

–Agente Especial Ronald Carter del FBI -dijo con voz firme mientras mostraba su identificación a la cámara–. Me gustaría hacerle algunas preguntas al senador Murphie.

La reja se abrió sólo por unos segundos, dejándolos pasar. Uno de los criados les recibió en la puerta de la casa y los dirigió al salón, donde una hermosa dama rubia los estaba esperando.

–Mi esposo no se encuentra en este momento, agentes. Salió hace algunas horas a ver algo de su campaña, pero no tarda en volver. ¿Puedo ayudarlos en algo? –los miró expectante.

–Señora Murphie, tenemos evidencia suficiente para creer que su hijo está en grave peligro —informó Carter con su usual expresión seria–. Estamos aquí para ofrecerles nuestra protección y asegurarnos que nadie dañe a su familia.

–¿Stevie? ¿Qué los hace pensar eso? Es sólo un niño, no le ha hecho ningún mal a nadie –exclamó la mujer alarmada.

–Eso lo sabemos. Creemos que el daño esta dirigido a su padre, el senador, para influenciar las siguientes votaciones. Al parecer un grupo radical de opositores está planeando en estos momentos cómo secuestrar a su hijo para poder chantajear con él al señor Murphie. Tenemos poco tiempo para evitar el ataque, pero es posible detenerlo si comenzamos a actuar inmediatamente.

–Esto no puede estar pasando –respondió ella con la preocupación presente en sus claros ojos azules.

–Entendemos lo difícil que es esto para usted. ¿Dónde se encuentra Stevie en este momento, señora Murphie? –preguntó con dulzura Isabella.

–En la escuela. Sale a las 12:45, y siempre va nuestro chofer a recogerlo –dijo Ellen saliendo de su trance.

–El eslabón más débil –comentó la morena mirando a Carter, refiriéndose a la cadena de eventos en la vida diaria del niño.

–Disculpe, ¿usted es...? –Ellen volteó a verla.

–Nicole Conelly, estoy ayudando al Bureau con este caso.

–Ella viene conmigo –Carter e Isabella terminaron hablando al mismo tiempo y se miraron. Él le dirigió una mirada reprobatoria por su nueva mentira, pero rápidamente volvió su atención a la señora Murphie.

–No tiene por qué preocuparse, le aseguro que tenemos la situación bajo control.

En ese momento la puerta se abrió con un estruendo, y el senador Murphie entró a la carrera seguido de dos ayudantes.

–¡Ellen! El FBI acaba de llamarme –anunció. Su esposa corrió a sus brazos en cuanto lo vio. La verdad era que las fotografías que Marcus había enviado no le hacían justicia al joven político. Tenía un rostro guapo y aires indudables de líder, aunque ahora se vieran empañados por la angustia.

–Ya lo sé, Elijah. Los agentes acaban de explicármelo -respondió ella haciendo las presentaciones.

–Me gustaría hablar con usted en privado, de ser posible. Hay algunos detalles que me gustaría discutir con usted acerca de los motivos del criminal –dijo Carter.

–Por supuesto. Volveré contigo en un segundo, querida –Elijah condujo a Carter a una sala anexa, y antes de que Isabella pudiera entrar el agente le cerró la puerta en las narices.

El gesto no le había agradado en nada, pero Isabella no se iba a dejar amedrentar por un rubio con cara de piedra. Así que se dio la vuelta y se dispuso a tranquilizar a la señora Murphie.

•••

Veinte minutos después Isabella esperaba a Carter junto al auto, hasta que éste se dignó a aparecer.

–¿Qué le dijiste? –lo cuestionó.

–Es innecesario que lo sepas –respondió él buscando algo en los bolsillos interiores de su saco–. Pero dejaron la situación en nuestras manos, así que vamos a organizar una caravana de regreso a casa para su hijo. Ningún secuestrador podrá acercársele con nosotros ahí presentes, y si lo intenta lo atraparemos.

–¿Qué clase de estupidez es esa? –reclamó perpleja Isabella.

–Es el manual, Bennet –contestó Carter de mala gana. Esa mujer irrespetuosa no le agradaba en lo absoluto, y cada minuto más que pasaba a su lado le parecía interminable.

–¡Pues entonces el manual es estúpido! No pueden hacer eso. Los secuestradores no actuarán si tienen la más ligera sospecha de que ustedes están ahí, y de esa forma nunca podrán atraparlos.

–No me digas como hacer mi trabajo, ¿entendido? –sacó una cajetilla de cigarros y encendió uno antes de subir al auto.

Isabella lo imitó, y por un momento pareció que no diría nada más. Sin embargo, cuando regresaron al Cuartel General volvió a abrir la boca.

–Cada cigarro te quita once minutos de vida.

–Eso es lo que dicen –la mente de Carter ya estaba dictando las órdenes que repartiría a sus hombres en algunos segundos y no le prestó mucha atención. Con cuidado exhaló el humo gris hacia el lado contrario donde ella se encontraba, en un gesto de educación.

Con rabia contenida Isabella le arrancó el cilindro de la boca y lo apagó de un pisotón.

–¡No es lo que dicen, es la verdad Carter! Y solamente quiero que te des cuenta que estás prácticamente tirando a la basura tiempo que no podrás recobrar, en frente de alguien que tiene cada segundo contado. Así que la siguiente vez que se te ocurra fumar enfrente de mí, quiero que pienses en la increíble falta de respeto que estás cometiendo –finalizó antes de ingresar al edificio.

La Consultora del FBIWhere stories live. Discover now