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Nos encontramos varias veces pero ya no solamente en bares.

La tercera vez quedamos, una tarde lluviosa, en un restaurante de comida rápida cerca del instituto en donde cursé el bachillerato y en donde el maestro ya no era docente. Me sorprendió el descubrir que fue él, por cuenta propia, quien decidió dejar de enseñar ahí. En cuanto a las razones, ni él me las dijo ni yo se las pregunté. La línea que nos delimitaba, que nos definía como maestro y alumno, se iba atenuando cada vez más, pero era un proceso lento, dada nuestra naturaleza.

Así que ese día nos vimos para almorzar, sin embargo, no no lo hicimos. Pedimos dos postres y dos tazas de humeante café caliente aromatizado con vainilla y canela.

—Incluso los restaurantes de comida rápida han dejado de ser lo que eran —comentó mientras picaba su pie de queso. A veces el maestro parecía más viejo de lo que era y cuando hacía observaciones de este tipo, incluso más—. Ahora puedes encontrar casi de todo en un restaurante de comida rápida.

—Ni tanto —repliqué.

—Con el mundo no ha sucedido lo mismo que con los restaurantes de comida rápida —continuó —. El menú del mundo no ha cambiado en dos mil años.

—Tal vez el menú sí ha cambiado un poco —volví a intervenir—. Probablemente antes no tuvieran café con vainilla y canela, pero igual tenían café.

—Las pequeñas diferencias importan.

—Lo sé.

—Tú y yo formamos partes de las pequeñas diferencias que no están incluidas en el menú del mundo.

—El mundo es ridículo.

—Pero es el mundo, al fin y al cabo, qué se le va a hacer.

—Es un menú bastante insípido, si me lo pregunta.

—Lo sé.

El maestro me dijo que había comenzado a beber pasados los cuarenta. Después de haber vivido la mayoría de su juventud siguiendo un estricto régimen alimenticio que incluía varias rutinas de ejercicios a la semana, volcó todas sus frustraciones en el alcohol. Y el alcohol, hasta donde sé, jamás le ha dicho no a nadie. Fue el divorcio lo que hizo que comenzara a beber, me comentó en otra ocasión. Luego se retractó y dijo que probablemente fue el día en que se casó que comenzó a cogerle un gusto enfermizo al alcohol.

Yo, por otra parte, bebía de una manera más moderada. Mi manera de beber no sufrió gran cambio después de lo acontecido en el bar, a pesar de los líos que esto me ocasionó. Fue el maestro quién alteró un poco mi manera de beber, pero incluso así no era algo que no pudiera controlar. Sabía que, con respecto al maestro, tenía cierto control, a pesar de todo el descontrol que parecía ocasionar en mí.

—Lo peor de todo es que todavía no me considero un alcohólico.

—No creo que lo sea, maestro —dije yo, convencido.

El pie de queso ya iba por la mitad. El maestro levantó la vista, dejó la cuchara a un lado y tomó la taza de café que hacía mucho había dejado de humear.

—Yo el café lo prefiero al tiempo, helado si es posible.

—También venden café helado aquí —mencioné.

—Eso me sabe a agua saborizada. No es lo mismo.

—Es bastante quisquilloso, maestro —reí.

—Es lo que le pasa a todos los viejos.

—Ni siquiera ha llegado a los cincuenta.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo he adivinado.

Abandonamos el local casi a la hora de la cena. Caminamos bajo el sobrante resplandor del sol hasta que la noche por fin nos cayó encima. Hacía calor. Soplaba el viento y estaba húmedo, pero hacía calor. El maestro caminaba a mi lado con aire ausente. Me pregunté cuándo habría sido la última vez que el maestro había caminado al lado de alguien, o alguien al lado del maestro. Mejor aún, ¿cuándo yo me había tomado la molestia de acompañar a otro ser vivo?

Era un solitario empedernido por elección. A parte de relaciones casuales, no solía tomarme más molestias. A diferencia del maestro, yo no intenté integrarme. Seguro fue porque las ideas con las que él y yo fuimos criados aunque parecidas, diferían bastante en su práctica. Tal vez, en su juventud, era algo que no podía aceptar, y aunque a mí, hasta cierto grado, me sucedió lo mismo, supe reaccionar de manera diferente.

—¿Después del divorcio ha tenido más relaciones, maestro?

—¿Te refieres a relaciones sentimentales?

Asentí.

El maestro siguió caminando en silencio durante largo rato. Los contornos de los edificios parecían roídos. El suelo seguía húmedo.

Después de una tarde de tormenta, una noche despejada.

—La verdad es que todas mis relaciones en este momento son con estudiantes. Siento que no podría corresponderle a nadie más.

—No estará planteándose un amorío con el estudiante que me mencionó la noche pasada, ¿no es así?

—Me haces parecer un criminal.

—Para nada.

—Pero en serio, es como si él fuera un hijo.

—¿Habría deseado que su exesposa, en lugar de una niña, le hubiera dado un varón?

—Jamás lo he pensado.

—¿Y qué tiene de especial ese alumno?

—No tengo idea.

—¿Alguna vez pensó eso mismo de mí?

Se detuvo.

—Porque creo que he alcanzado la edad apropiada para eso —agregué.

El maestro rió. Seguimos avanzando en silencio.

Como hojas secas (Gay)Where stories live. Discover now