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Pasado el plazo estipulado conseguí empleo. Me resultó más fácil de lo que creí. El trabajo en el supermercado local no era muy bien remunerado, algo acorde a la cantidad de esfuerzo y tiempo que yo invertía, así que no me quejé. El maestro, por su parte, se tomó un poco más de tiempo para volver a la vida laboral.

A veces me daba la impresión de que no se sentía apto para nada más. Sus dotes como docente, como profesor de educación media, eran lo único que tenía, y se asía a ellos embargado por una sensación de inutilidad. O eso adivinaba yo. Pensé, entonces, que algo ligero, algo en casa, estaría bien. Podría dar tutorías, cursos. Si bien legalmente ya no podía enseñar, esto sólo estipulaba colegios e institutos, no actividades de fin de semana con una remuneración casi nula.

No me molestaba la posibilidad de llegar a mantenerlo. Ni siquiera llegué a pensar en mi esfuerzo como una manutención, no del tipo que él les daba a su exesposa y a su hija. Y por supuesto llegué a considerar la posibilidad de que nadie quisiera confiarle sus hijos al enterarse del motivo de su despido, pero uno no se puede pasar la vida atado a estas nimiedades. «Nimiedades» porque los seres humanos, por naturaleza, tendemos a agrandar las cosas en la medida que éstas nos resultan desconocidas. Estaba seguro que, si a los vecinos en verdad les interesaba conocer al maestro, se darían cuenta que no era posible que él hubiera hecho algo así.

Yo lo sabía. Lo supe cuando él me hizo partícipe de sus desperfectos, acompañados por un par de cervezas en un bar vacío con la luna en lo más alto. Y lo llamaba un desperfecto hasta ese momento, porque fue ese punto de su carácter que lo metió en tal problema. Antes de eso, lo veía como una cualidad. A veces, no obstante, me veía atacado por la duda, como resulta natural en momentos de flaqueza, y cuando esto sucedía, sólo recordaba al maestro cuando era mi maestro y me impartía, con avidez casi infantil, la clase de Sociales.

El maestro de mis recuerdos no era tan apuesto. Quizá fuera esa juventud que le intuí lo que me repelió. Una clase de envidia, de celos, de admiración. Lo encontraba, sobre todo, molesto y pretencioso. Yo fui, muchas veces, malcriado y tajante, con lo que sólo me gané castigos y más tareas, pero ninguna vez un comentario ofensivo o lleno de sarcasmo. Los maestros tienden a disfrazar sus insultos conscientes de la ignorancia y la poca madurez de sus alumnos. Yo no recordaba nada de eso. Me pareció, por un momento, que mi memoria idealizaba mis recuerdos; no lo sabía a ciencia cierta. El maestro y yo, al encontrarnos después de tanto tiempo, apenas seguíamos siendo maestro y alumno; nuestra relación estaba basada en eso, por supuesto, y sobre esta base construimos y reconstruimos, hasta que quedó sepultada y la línea que en un inicio nos delimitó se rompió y trajo consigo todo lo que sobre esta misma línea descansaba. Había ahora muy poco del maestro de mis recuerdos en el maestro con el que convivía, pero aun así era capaz de adivinar a su antiguo yo, como si este yo fuera un refugio al que jamás me acercaría.

Y así era, hasta cierto punto. El carácter respetuoso, el que suplantó en algún periodo al grosero y tajante, se afianzaba en mí. Mientras el maestro siguiera conmigo yo tenía toda la obligación de darle su espacio. Por más que las dudas germinaran en mí, o que la inseguridad y las necesidades monetarias me agobiaran, jamás me permití acercarme a él demandante.

El maestro me aconsejaba, en cambio, que no me guardara nada, que él, tal vez más que nadie, sabía que esto raramente resulta ventajoso. Me dijo que, aunque la mayoría del tiempo no se sentía capaz de contestar y que probablemente jamás lo haría, yo podía dejar mis interrogantes plasmadas en pequeñas notitas y ponerlas en cualquier parte del apartamento en el que él pudiera encontrarlas y leerlas. Reiteraba que, lo más seguro era que no escucharía la respuesta de sus labios, pero que al menos le servirían para meditar al respecto y corregir algún proceder vergonzoso, y que en su actitud iría notando el cambio.

Como hojas secas (Gay)Where stories live. Discover now