Cuentos para Sidney: Lo que ella me enseñó.

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Querida Sidney:

Antes de nada, quiero pedirte disculpas porque este cuento no es como los demás. Se acabaron esos relatos cursis y algo melancólicos que solía escribir tu hermano mayor. He decidido empezar a centrarme en lo que es de verdad. Y por eso me gustaría que prestaras mucha atención a lo que voy a contarte porque esto, lejos de ser una historia llena de ficción, es un relato basado en la realidad.

Algo como un pedazo de ese diario personal que nunca llegué e escribir.

¿Entiendes lo que te digo?

Si es así, y aunque no lo sea, creo que podemos comenzar.

Hace mucho tiempo, conocí a un chico que se sentía desgraciado. Era irónico porque todo su mundo giraba en torno a sí mismo, pero él creía que no era importante. Que era solo un extra en la vida de los demás y en la suya propia. Que no era necesario para nadie.

Un día, llegó ella. Por suerte para ti, no voy a relatarte ninguno de sus besos. Tampoco te hablaré acerca de sus abrazos y todos los «te quiero» que intercambiaron. Sé que odias estas cosas, y la verdad es que prefiero evitar que me pegues un guantazo y resumírtelo todo bastante.

Me basta con decirte que esa chica le hizo sentir como una persona valiosa, importante y querida. Se convirtió en la protagonista de la vida de él. El chico seguía sintiéndose uno más entre la multitud, pero las cosas cambiaban cuando estaban juntos. Él la consideraba su media naranja. Aquella persona que le complementaba. Y se dio cuenta de que, gracias a ella, podía empezar a ser alguien.

Aquí es donde llega la parte triste. Esa que a nadie le gusta contar, porque todo el mundo se la sabe muy bien, y escribirla de nuevo no ayuda en nada. Sin embargo, yo sé que tengo que hacerlo.

Ella se fue.

Se marchó del río y lo destrozó todo a su paso.

Se hundió tanto que consiguió desbordarlo.

Y de pronto el puente se dio cuenta de que había dejado de estar completo.

Hasta que conoció a Eleonor.

Supongo que, a estas alturas, ya te habrás cerciorado de que estoy hablando de mí mismo en tercera persona. Aunque siempre he creído que es más fácil contar las cosas de esa manera, creo que me he cansado de hacerlo. De esconderme.

Llámame loco si quieres, pero al principio odié a Eleonor Taylor con todas mis fuerzas. La odié porque ella tenía todo lo que a mí me faltaba: alegría, esperanza, empatía. La detesté porque envidiaba su forma de pensar, y me daba rabia porque hacía que me entrasen ganas de ser como ella. Cuando quise darme cuenta, empecé a desear hacer felices a los demás. Hacerme feliz a mí mismo.

Hacerla feliz.

La detesté hasta que asumí que no tenía una razón lógica para hacerlo. Hasta que acepté que, por mucho que me costase admitirlo, en mi vida hacían faltan más personas como ella.

Es un hecho que los jóvenes piensan que tienen el poder de cambiar el mundo. Yo solía pensar que esa idea era una locura pero, cuando la conocí, me di cuenta de que quizás no están del todo equivocados.

Porque ella pudo cambiar el mío.

Me faltan páginas para contarte todo lo que Eleonor me enseñó. Gracias a ella, ahora sé que hay que aferrarse a los sueños frustrados, aunque haga mucho tiempo desde que los dejaste caer. También aprendí a protagonizar mi vida. Me cogió de la mano y me guio hasta que supe hacer las cosas por mí mismo. Me demostró que dependía de mí que mis días fuesen interesantes o no.

Eleonor me enseñó que no existe esa media naranja de la que todo el mundo habla. Que es una estupidez que nos pasemos la vida tratando de encontrar a alguien que nos complemente, porque ya nacemos completos. Todos nosotros.

Estamos completos.

Y me habló acerca de lo que importante que es hacernos valer.

De cuán necesario es echar a los barcos malos de nuestro río, para dejar sitio a los nuevos, a las personas que nos quieren de verdad.

Pero, sobre todo, me quedo con una de sus lecciones.

Esto lo aprendí gracias a ella, pero no a través de sus palabras, dinámicas o sesiones. Me lo enseñó sin querer, con sus sonrisas, sus bromas y su extraño sentido del humor. Con su odio acérrimo a la cocinera del instituto, su sacrificio por la asociación y ese brillo que aparecía en sus ojos cuando le comunicaban una buena noticia.

Con todo eso, siendo quien es, Eleonor me enseñó a enamorarme de verdad. Empecé a comparar este proceso con una cuenta atrás: algo que empieza poco a poco, sin que te des cuenta, y acababa haciéndose tan grande que detenerlo se vuelve una tarea imposible.

Eleonor me enseñó que el amor era algo así como una explosión, que ella era la bomba y que, sin excepción, todas las bombas destruyen.

Y, siendo sincero, creo que no existe una forma de enamorarse más bonita que esa. Dejas que te destruyan para que vuelvan a construirte con unos cimientos más fuertes, más sanos, más duraderos. Justo como ella hizo.



Recuerda que puedes leer la versión mejorada de esta historia en papel, con escenas extras y un nuevo epílogo. A la venta en librerías de España y Latinoamérica :)


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Un amigo gratis | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now