21 | Once y once.

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21 | Once y once


—Grace a las dos en punto. No mires.

Algo aturdida, levanté la vista de mi cuaderno y miré a Olivia. Hoy llevaba el pelo recogido en una coleta alta y los labios pintados de rojo. Una especie de cinta de color negro mantenía sus mechones más rebeldes a raya en la zona central de su coronilla, y las gafas de pasta que llevaba de vez en cuando se le habían resbalado hasta la punta de la nariz.

Las empujó con su dedo índice para devolverlas a su sitio y se aclaró la garganta.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—Sí.

—¿Seguro? —Scott entró en escena tras cambiar de sitio en la mesa y acomodarse junto a mí, de forma que mi tazón de sopa quedó frente a sus narices. Seguramente planeaba comérselo, como hacía siempre que yo no me encontraba con ganas de ingerir ese potingue tóxico—. Sabes que puedes contar con nosotros para lo que sea. Si te sientes amenazada...

—No me siento amenazada. Estoy bien, de verdad.

Pronunciar esas palabras me sentó como una patada en el estómago. Inconscientemente, desvié la mirada hacia el cuarto ocupante de la mesa, que llevaba más de quince minutos almorzando junto a nosotros, sin pronunciar palabra alguna. Nash.

Al sentir que lo estaba observando, bajó la mirada hacia su plato y apretó los labios hasta que se volvieron blancos. La incomodidad se respiraba en el ambiente. Llevábamos una semana ignorándonos el uno al otro; siete malditos días en los que nuestra relación se había basado en un «hola y adiós», que eran las únicas palabras que nos habíamos atrevido a intercambiar desde lo ocurrido el pasado fin de semana.

Solté un suspiro. Esa situación estaba acabando conmigo.

Reacia a perder la poca dignidad que me quedaba, aparté la vista y comencé a juguetear con la pequeña galleta de avena que tenía en las manos. Mi diario estaba abierto frente a mí, justo por la página en la que en una ocasión había escrito su nombre más de mil veces, con una bonita caligrafía que variaba según el tamaño de cada dígito. Sintiendo como la impotencia crecía en mi interior, lo cerré de golpe y me esforcé en sacar mi voz de dondequiera que se hubiese escondido.

—De hecho, estoy mejor que nunca —agregué, aunque las palabras me quemaron la garganta.

Tenía la esperanza de que seguir repitiéndome a mí misma esa mentira acabase sirviendo de algo.

Tras mirarme con desconfianza durante un rato, Olivia hizo un gesto para restarle importancia al asunto y se inclinó sobre la mesa.

—Hablemos de otra cosa —propuso—. ¿Os habéis enterado de la fiesta de esta noche? Al parecer es el cumpleaños de un tal Noah y sus amigos han invitado a todo el instituto. Es en una nave a las afueras de la ciudad. Podríamos ir.

—No sé quién es —comenté despreocupadamente, llevándome un trozo de galleta a la boca. De nuevo, tuve que hacer esfuerzos por no mirar a Nash mientras hablaba.

—Yo tampoco, pero me da igual. ¡Va a ser un fiestón! —exclamó Olivia. Acto seguido, se volvió hacia mí—. Es la ocasión perfecta para celebrar tu cumpleaños como es debido. Ya tienes dieciocho años, ¿eres consciente de lo que significa eso? ¡Tienes total libertad para hacer lo que quieras! Vas a venir, ¿verdad?

Me apropié del tenedor del pelirrojo y la apunté con él.

—Ya sabes la repuesta a eso.

—«Tengo que estudiar». —Rodó los ojos—. No me jodas. ¿Qué clase de adolescente amargada se queda en casa estudiando un viernes por la noche?

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora