38 | ¿Puedo dormir contigo?

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38 | ¿Puedo dormir contigo?

NASH


El funeral de Eleonor se llevó a cabo dos días después de su muerte, un domingo en el que el cielo parecía llorar con nosotros, acompañando nuestro dolor con gruesas gotas de lluvia que caían como copos de nieve sobre las calles de la ciudad.

Mike insistió en venir a recogerme para acompañarme al entierro en cuanto le dije que a mis padres no les daría tiempo a volver de la capital para hacerlo en su lugar. Ni siquiera tuve ganas de ponerle excusas, así que terminé aceptando, y él se presentó en mi casa a las ocho y media de la mañana con una sonrisa triste en el rostro y el coche recién lavado.

En otra ocasión, me habría reído al verlo con traje y corbata, pero ni el tiempo ni la situación eran dignos de merecerse una de mis carcajadas, así que ambos nos mantuvimos en silencio hasta que llegamos al recinto.

Siempre había pensado que el cementerio de Neville era un lugar demasiado bonito como para utilizarlo para enterrar ataúdes. Todo lo que podía ver a mi alrededor era de color negro o gris. Había árboles sin hojas que pronto estallarían en flores, con la llegada de la primavera, y el cielo estaba tan nublado que apenas se vislumbraba un trocito de azul en él. Los nichos estaban colocados de forma ordenada en las paredes. De ellos, partía un camino que daba a la entrada del recinto.

Lo primero que vimos nada más llegar fue su ataúd. Estaba completamente cerrado y lleno de flores. Su familia había puesto mucho empeño en que el entierro se celebrase al aire libre, así que lo habían trasladado aquí a primera hora de la mañana para la ocasión.

—No me gusta esto —susurré.

Mike me miró de reojo.

—A mí tampoco —contestó, pero tiró de mí para adentrarnos en el bullicio de todas formas.

Juntos conseguimos llegar hasta Scott y Chris. Estaban situados frente al ataúd, mirándolo desde lejos. Ambos iban vestidos de la misma forma: con un traje de corbata negro y zapatos del mismo color. Les saludé con un gesto con la cabeza y aguardé en silencio, a su lado. Mientras tanto, me entretuve mirando cómo la gente se iba agrupando a nuestro alrededor.

A mi derecha, había algunos profesores del instituto. Distinguí a la señora Jameson, la profesora de francés, compartiendo un paraguas con su marido y al director Stevenson junto a ellos. No eran los únicos venidos desde el centro. La señora Duncan también estaba allí. Parecía haber dejado de lado su odio por todos nosotros a un lado para venir al entierro de una de las alumnas más increíbles de todo el instituto. Y, un poco más alejados, fui capaz de visualizar a un par de voluntarios de UAG con los que nunca había tenido la oportunidad de hablar, pero que sí que había visto varias veces en la sala común.

Me recorrió una punzada de dolor al recordar la asociación. No quería pensar en qué iba a pasar con ella ahora que Eleonor no estaba.

Sin previo aviso, se me volvieron a llenar los ojos de lágrimas. No soportaba estar allí. Solo tenía ganas de irme a casa, encerrarme en mi habitación y llorar todo el día. No era justo. Ella no se merecía algo así. Eleonor era la persona más increíble que había conocido. Había luchado por sacarme a flote aun sabiendo que, si volvía a hundirme, iba a llevármela conmigo.

Aunque al final habíamos terminado al revés.

Necesitaba que volviese. La necesitaba. Aquí y ahora.

Sorbí por la nariz y me sequé las lágrimas con el brazo. Llorar no servía de nada. No ahora que ella no estaba. Tenía que ser fuerte, porque sabía que eso era lo que Eleonor habría querido.

Un amigo gratis | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now