7. El día

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Holangas tangas, ¿cómo están? He aquí otro capi:

Cerré la puerta de una forma demasiado brusca. Todos los cristales se habían tambaleado y el letrero que dejaba en claro que el negocio estaba abierto rebotó claramente tres veces en el cristal, después, sonó una estúpida campanilla para avisar que había entrado. No había sido suficiente el escándalo que ya se había armado gracias a mi triunfal entrada.

La mujer del mostrador me miró y una falsa sonrisa se plantó en sus delgados labios.

—En lo que pueda servirle, señorita.

Asentí ante su oferta y me dirigí al mostrador de tazas y platos.

No tengo la menor idea de cómo terminé en una tienda de utensilios de cocina, simplemente me dejé llevar por mis pies los cuales parecían tener vida propia y terminé en ese lugar.

Con mis manos comencé a tomar un par de tazas y monerías de esa clase y me dediqué a observarlas con atención, las pequeñas letras que contenían, florecilllas o cualquier otra cosa que tuvieran de adorno. Me dirigí al área de recuerdos de la cuidad y al igual, me dediqué a admirarlos. Al final opté por comprar un tenedor y dos cucharas que tenían escrito "Puto el que lea esto", típicos chistes de la región.

Salí del negocio tal como había entrado y me dediqué a dar un paseo por el centro de la ciudad.

No tenía ninguna prisa, mis pasos eran lentos y curiosos tales como los de una turista excitada por conocer nuevas cosas. Pasé por el Zócalo y me deleité admirando la catedral, la cual contiene un estilo gótico barroco; con ésta misma el Templo Mayor y el Palacio de Gobierno que con la ayuda de la gigante bandera izada se veía patrióticamente hermoso. Di un par de vueltas, entré a tiendas de la avenida Madero y de la 16 de Septiembre y compré un par de detalles, como recuerditos y deliciosas donas.

De regreso al hotel tomé un taxi y disfrute del recorrido, admirando casi cada detalle de la ciudad. Sus altos edificios que relucen con los últimos rayos de sol, grandes árboles llenos de bestias como ardillas y una magnífica colección de alebrijes a lo largo de la avenida Reforma; además el ángel reluciente en color oro.

México era un lindo país.

[...]

Al igual que en el negocio, dejé que la puerta se cerrará por sí sola de una forma brusca. Yo en cambio continúe caminando a la habitación tranquilamente con mis bolsas en mano y dejando que el sonido de mis pasos se escuchara en toda la habitación. Dejé la tarjeta en una mesa, arrojé las bolsas al pequeño sofá y me senté en la cama.

—Hola.

Me erguí en mi lugar y tomé aire, después, me digné a responderle.

—Te traje un obsequio.

Me giré para mirarlo y me di cuenta que él no me miraba, estaba sentado al otro lado de la habitación leyendo 'Adiós a las armas' de Ernest Hemingway. Sin despegar la vista de su lectura me respondió.

—Un lindo detalle Nat, gracias.

Su voz había sido sarcástica. Y eso me había causado más ganas de entregarle su regalo de inmediato.

—Iré por él.

Cuando regresé con el presente me planté frente a él obligándolo a que levantara la vista y me mirara.

Lentamente, cerró el libro y estiró su cuello para así cumplir mis deseos. Le tendí mi mano con un pequeño paquete.

Sin decir una palabra lo tomó y dejó caer la espalda en el sofá.

Misión Vacacional [Romanogers] Where stories live. Discover now