Capitulo 21

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— No existe ningún motivo, Ricardo... Mamá solo...—titubeo con gran nerviosismo, Dulce. El rostro de Janet lucía pálido ante su imprudente intromisión.

Ricardo intercalaba la mirada entre ambas mujeres, incrédulo. Aunque nada de lo que pudiera intuir, acertaba a la realidad.

— Yo solo pensé que Dulce por un momento se había conmovido ante sus palabras vacías. Así que... por eso lo dije —evadió el comentario. Ricardo no muy convencido suavizó los gestos.

— Así es —confirmó Dulce pasando saliva nerviosa. Decidida a que su realidad se mantuviera en secreto para él.

— Dulce, por favor cree en mí, en mis palabras. O tan solo dime ¿Qué hacer? —insistió con esa mirada melancólica que a ella intimidaba.

Le dolía mirar los moretones en aquel rostro gallardo, que durante tantas noches idolatro y acuno entre sus manos. Pero debía mantenerse firme y ya jamás creerle, pese a lo que argumentara.

— No, no hay nada por hacer. Por más que digas lo que digas, no te creeré. No creeré en tus palabras cargadas de hipocresía —continuó negándose. Ricardo sacudió la cabeza desesperado por no encontrar la forma adecuada de que ella le creyera—. Me lastimaste. Me usaste, dañaste mi dignidad y me pisoteaste. Te transformaste en un villano conmigo, tal y si me odiaras más de lo que se suponía odiabas a mi padre.

— Lo sé. Todo aquello que dices, no sabes cuánto me atormenta. Cada día que pasa sufro por ello y me odio, Dulce. Te aseguro que lo hago —Las lágrimas en ella le demostraban, todo aquel amor que resguardaba por él. Ricardo se negaba a comprender ¿Por qué no darle una oportunidad a la felicidad?

— ¡Basta Ricardo!, tan solo detente, no continúes por favor —resoplo secándose las lágrimas con su delicado dorso—. Ya tome una decisión y aunque intentes cambiar las cosas, no sucederá. Te pido que seas feliz. Que busques el destino que se te fue arrebatado, pero no conmigo. No te guardaré rencor, si eso puede mantener tu mente más tranquila.

Ricardo rodó lágrimas por sus mejillas como nunca antes lo hubo hecho. Por lo regular siempre fue un hombre fuerte, tenaz y orgulloso, que jamás mostraba debilidad ni vulnerabilidad ante nadie. Su fortificada edificación se estaba derrumbando con aquella despedida, con esa determinación que sulfuraba su firmeza y el coraje que durante mucho tiempo lo mantuvo inquebrantable. Clausurando su corazón al amor.

Pero Dulce, ella se había convertido en alguien que implicó la excepción para él.

Lamentablemente, ante sus duras elecciones, pudo captar que ella estaba hablando muy en serio, no cederia, no le daría el gusto de triunfar a como estaba acostumbrado hacerlo.

De pronto le vinieron también a la mente una ráfaga de un montón de memorias sobre aquellos momentos en los cuales fue cruel con ella. Con la mujer que amaba. Ganando de ese modo su desprecio, ese que reflejaba su endurecida faz. Un odio imposible de atribuírselo a una mujer tan tierna como ella.

Percatado del daño tan grande que ocasiono en un ser inocente, supo que no tenía escapatoria. Cada desprecio lo tenía más que merecido.

Apretó los labios, suspiro profundo y tomó una enorme fuerza de voluntad para hablar, confrontando así sus propios fallos.

— Bien. Te lo digo de verdad, y espero que me creas -dirigió de nuevo su mirada a Dulce-. Lo lamento, siento demasiado haberte herido como lo hice. Te amo y quisiera que pudieras creer que quiero ser mejor por ti, y preciso por ese mismo sentimiento aceptare dejarte de molestar -Ella se sorprendió un poco y pestañeó descolocada-, te prometo que no volverás a saber más de mi si eso es lo que deseas. Por qué lo único que anhelo, pese a haber sido como fui, es que tú puedas ser feliz —La joven comenzó a sentir que los labios se le volvieron trémulos al igual que su cuerpo entero.

Dulzura Destruida ©Where stories live. Discover now