Capitulo 36

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Se unieron en matrimonio finalmente un viernes por la tarde. Todos los invitados se mostraron emocionados y felices de verlos unirse, ligar sus vidas esta vez con la firme seguridad de que ninguno de los dos ocultaba algún secreto para el otro. Sus almas estaban al desnudo, por completo expuestas ante ese feroz amor que se tenían.

Fue difícil para Dulce mirar a Ricardo cuando se dieron el sí frente al altar. No porque la invadieran los nervios, o porque no estuviera segura de dar ese gran paso de nuevo a su lado. Más bien, se sintió temerosa de que Daniel en cualquier momento volviera a aparecer. Escondido entre alguno de los árboles que rodeaban el jardín de la residencia de sus padres.

Pero no, por ningún sitio que mirase se hallaba. Era como si se hubiese esfumado desde aquella ocasión en donde su ira lo tuvo al borde de un terrible pecado.
Realmente agradecía al cielo, a dios y a cualquier ser divino, la grandiosa oportunidad de estar con el hombre que amaba y verlo en todo su esplendor. Con esa sonrisa cautivadora acompañada de sus maravillosos ojos grises. Situación que la mantuvo serena y la hizo calmar su inclemente angustia, en el momento que de los labios de su amado salieron unas palabras. Y el roce de su cálida y tibia mano giro su rostro para que le mirase.

— Amor, no tienes de que preocuparte. Nada nos sucederá. Todo estará bien, los dos estaremos bien… Recuerdas que te lo prometí —Ella asentó en un parpadeo y sus atosigados desvaríos la anclaron a tierra firme—. Y así será… Te amo, dulzura.

¿Cómo resistirse a esas palabras?, su cuerpo alienado cedió y un repentino sosiego se apodero de su ser. Sí, ahí estaba Ricardo Zambrano, el hombre de su vida. Él no permitiría que ocurriera alguna otra cosa, seguro se había armado muy bien, para que nadie, ningún ser o inclemencia inoportuna pudiera perturbar eso tan majestuoso que se encontraban viviendo.

La ceremonia llegó a su fin sin mucho más preámbulo, afirmaron sus votos eternos ante el altar y sus vidas ya estaban unidas. Esta vez por siempre, con aquella bendición divina que necesitaban. Hubo lágrimas, no de dolor, ni de desconcierto. De mera felicidad más bien. Por parte de los padres de la novia, quienes a pesar de todo lo vivido con Ricardo, supieron perdonarlo, por la dicha que su hija atravesaba.

El perfecto cuadro familiar, fue el de Ricardo, Dulce y su hijo, Camilo. Quien al igual estaba muy emocionado con lo afortunado que se sentía teniendo a sus padres juntos.

Rosario y Martina, aunque fueron invitadas a la fiesta, decidieron no asistir. Lógico, luego de lo ocurrido no podían más que pensar en Daniel, en saber de su paradero. Y es que luego de la tragedia que estuvo a punto de suscitarse, este mismo huyo, no fue ni siquiera a la residencia que le había comprado a su madre, donde se suponía se estaba quedando. Parece ser que se marcho, que desapareció.

Transcurrieron los días y Ricardo no tuvo más noticias de ellas por un largo tiempo, sin embargo antes de que se fueran les ofreció su incondicional. Ambas agradecieron el gesto, pero a Rosario nada la tranquilizaba, ni el personal de seguridad que Ricardo había movilizado para saber el paradero de Daniel. Nada, en lo absoluto. Al fin de cuentas, se trataba de su hijo la desaparición.

— Creo que se ha hecho de todo, Ricardo. Tus empleados han buscado lo más que han podido a mi hermano, pero no está —rechazó Martina. El amplio espacio en el jardín, donde se hallaban, pronto sería el escenario de pura felicidad. Pero en ese instante solo evocaba lamentos, y la agonía de una mujer descolocada ante un familiar perdido—. Es mejor que mi madre y yo nos marchemos, regresemos al pueblo. Ella está muy mal, temo que se enferme. Le duele, lamenta mucho que Daniel no este, pero en esta ciudad solo puedo sentirme impotente. Necesito hacerle entender a mi madre, que su hijo, puede o no perdonarla… Ricardo, creí conocer bien a mi hermano, pero veo que no fue así.

Dulzura Destruida ©Where stories live. Discover now