Prólogo

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Cuando Emma nació, nació bajo el mejor apellido de todo París. Emma Agreste Dupain. Hija de la famosísima diseñadora de modas Marinnette Dupain-Cheng y del ex modelo juvenil más cotizado de la capital francesa, Adrien Agreste. Y cuando nació, nació con todo el amor del mundo.

Ella nació en la noche, no muy tarde, pero ya oscurecía para aquel entonces. Marinnette y Adrien no sólo lloraron de felicidad, sino que contrataron todo lo necesario para poder darle a la mejor de las bienvenidas.

Pero en Alemania, unos dos meses después, durante los primeros rayos del sol, nació otra pequeña indefensa de cabellos dorados y ojos tono celeste.

Emma había crecido siendo la mayor de tres hermanos. Había sido, desde niña, un ejemplo fijo de su padre. Era aventurera, juguetona y gustaba más de comer comida chatarra antes de comer la comida preparada.

Pero ese día... cuando obtuvo su miráculo. No tuvo que hacer mucho. Fueron las calles de París las que le proporcionaron el escenario perfecto. Durante la noche, antes de ir a casa, vio a un pobre vagabundo vomitando en un rincón. Supuso que vomitaba del hambre, y gastó el dinero que planeaba gastar en el metro comprándole un comida sana y una medicina algo barata, pero seguro le serviría.

Después recibió un regalo de un desconocido.

Su primera transformación fue un miedo inmenso. Conocer a Plagg también fue una situación incómoda en su habitación en un principio en la madrugada. Y cuando recordó sobre las aventuras que le contaba su padre acerca de un extraño que protegía París, supo de qué se trataba todo.

Corrió y corrió de tejado en tejado, hasta ahí, sobre un puente de piedra divisó a una hermosa figura femenina con un traje de color rojizo, pero con el cabello rubio platinado que brillaba por las luces de las calles y resplandecía por el brillo de la luna. Se hipnotizó al ver a semejante doncella y al bajar, entendió, pues, que ella era la mismísima Ladybug.

Su Lady.

Y también, fue, ese día, donde volvió tarde a casa, se tiró en la cama, y parpadeando mirando al techo, pudo darse cuenta de una cosa realmente importante.

—Con un carajo, Plagg, creo que soy lesbiana...—

—¿Crees?— Plagg se burlaba, mientras comenzaba a morder los zapatos de la pelinegra francesa.

—Ya, ya. Con un carajo, Plagg, soy lesbiana.—

Flores { Emma Agreste x Charlotta Blohm }Where stories live. Discover now